sábado, 30 de noviembre de 2013

El Carmen de los Mártires

Camino del carmen me topo con la fuente dedicada a Ganivet. Quizá la afirmación se basa en mi ignorancia, que ya decía mi tío que es muy atrevida, pero no le veo chiste a la fuente. Claro que posiblemente haga alusión a algo que escribiera. Camino del final de mi viaje veo una de esas exposiciones con la que nos obsequian las cajas de ahorros. La gente mira, interesada.



A lo lejos veo el Carmen. La puerta entreabierta y la hora me disuaden de acercarme más, pero el hecho de estar ya allí me impulsa al menos a comprobar el horario de apertura. Mis miedos y prudencias se desvanecen al comprobar que puedo entrar sin que me dejen encerrado, cosa que es uno de mis mayores miedos.

Nunca jamás entre, o al menos no lo recuerdo, en el edificio. Pero los jardines ya justifican una subida. Lo que siempre me llamó más la atención de este sitio eran las fuentes y los animales, vagando libremente por ahí. En especial, los pavos. También había patos, pero ellos estaban en el estanque.

Vagué un poco por el jardín que está a la altura de la puerta. En el lateral hay una especie de gruta. Hoy, fiesta, hay un pintor. Y una pareja prueba a hacerse fotos en la gruta. Como cortesía mutua nos interrumpimos en nuestro ceremonial fotográfico. Mientras yo sigo con el estanque, y el pintor a lo suyo, decido seguirlos y redescubro otro jardín con fuente, gigante, blanca, rodeada de palmeras. De repente vuelven a mí recuerdos de ir con la mano sujeta a mi tío, dejando que me contara una y otra vez aquellas historias que me parecían nuevas cada vez, pero que sabía de memoria y que tanto disfrutaba al oírlas.



Subí por unas escaleras en busca del estanque, y me encontré con los pavos, algo mermados en sus posibilidades paveantes, pues el macho tenía la cola de invierno, en la que las plumas habían ido cayendo como pétalos dando una imagen bastante cercana al observador. Pude hacerles fotos a placer pero siempre, al oír el click, cambiaban la pose. Quizá a mala leche. Una niña, con sus abuelos, los alimentaba a base de pan con muy buena pinta. Y es que la hora ya empezaba a trasladarse al estómago. Y me encaminé hacia el lago, que me pareció gigantesco, con su isla y su torre y su puente para llegar a ella. Y había tan sólo tres patos, haciendo cua cua. Como Dios manda.



Lo circunvalé. Siempre le decía a mi tío lo que me gustaría tener en nuestro huerto un estanque, o un río, con un puente para poder pasar. Un puente en el que pararse. Y posar algún barco de papel, o una hoja seca, y contemplar como se aleja camino de su destino, sin que nunca se vuelva a saber nada de él, pero con la certeza de que nunca volverá.



Bajé de nuevo donde los pavos. Les hice alguna foto más, y a una fuente gigante con su surtidor enmedio. Granada a mis pies, de nuevo. Es hora ya de descender.


Sábado mañana II

La ermita de Santa Bárbara, en las Menas, Serón.

Sábado mañana

Excursiones que tenía pendientes

viernes, 29 de noviembre de 2013

Pues eso

Que entre mi innata habilidad para el afeite y la gran calidad y agilidad de las cuchillas... Claro que la barba es mía y me la afeito como quiero.

Los que no comemos pavo ni tampoco damos gracias

Como estará la cosa que ya ni el Banco de Alimentos me pide que colabore.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Jueves

Y esa extraña sensación de no aprender la lección, quedarse siempre en el mismo punto, como atrapado en un bucle del cual ni puedo, ni quiero, ni sé salir.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

On the run II

Que me dejen en mi microcosmos, en el que soy tan feliz.

Aunque me llamen cobarde.

On the run

Frío, pero menos que ayer. Aunque hoy ha hecho como si lloviera.

o-o-o-o-o

Miedos y dudas.

o-o-o-o-o

Hoy quedó claro que los hombres, por el hecho de serlo, somos malos. Me alegro. A ver si así nos dejan en paz.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La crisis de la fregona

Estaba yo esta tarde, tan tranquilamente, pensando en mis cosas mientras fregaba que, de repente y sin previo aviso, un "¡Crack!" hizo que mi cuerpo perdiera la perpendicularidad con el suelo. Todavía sobresaltado por la virulencia del ruido, me di cuenta de que la causa del mismo fue que se había roto la fregona. Y era una pena, pues estaba ya casi acabando.

En esos momentos no sabes qué hacer. Estas cosas se rompen cuando menos te lo esperas y ya no estamos acostumbrados a eso. Ahora hay programas que te dicen, por ejemplo, cuando se te van a acabar los megas y tu te despreocupas y vives alegremente sin darte cuenta de que no todo funciona así. Todavía, creo, no hay fregonas que te avisen de que has llegado al 80% de estrujones admitidos por la misma. Así que no me quedaba otra que, si quería acabar con la limpieza de la casa, ir a por otra fregona. Intenté sustituir el palo por otro que tenía en casa, pero vi que era para otro sistema operativo, digo, para otro tipo de marca concreta.

Total, que me vestí con mis más deportivas galas, cogí el palo recién fallecido y me puse en camino para una nueva tienda de corte asiático que han abierto en la localidad que me da de comer. Así, de camino, la veía antes de que los augurios sobre su futuro se cumplan. Y es que no hay mal que por bien no venga ni tampoco se cierran puertas sin que se abra alguna ventana.

Entré en la tienda, en la que se arremolinaba gente esperando. Es como en las ciudades, que la gente queda en el cortinglés o en Correos. Saludé a un padre y a su hijo, antiguo alumno, y me adentré en las profundidades de productos y servicios que el gigante asiático me ofrece a apenas cien metros de mi casa. Comencé despistado, pero enseguida los tupervares me llamaron la atención. ¡Qué gran surtido! Buscaba uno de esos que se ponen en el microondas, con agujeros, para que no manche lo que calientes, pero no los encontré. Así que, decepcionado, me fui donde las fregonas. Había gran variedad de palos, de todos los tamaños, colores y calidades. Al final uno, que es un clásico, se ha decidido por el de color plata,  desprovisto de ornamentos. El eficiente y elegante palo de fregona de toda la vida. Por si las moscas, me compré un mocho compañero, para lo que requerí el asesoramiento de la comercial de la tienda, que me indicó la plena compatibilidad del mocho con el palo que me disponía a adquirir. Satisfecho, decidí dar una vuelta por la tienda, buscando un teléfono de sobremesa que no encontré. Pero sí un atomizador para el grifo de la cocina, que últimamente está de lo más caprichoso y ha dejado de entenderse con el calentador.

Mientras callejeaba buscando más gangas, un señor de acento levantino reclamó mi atención. Buscaba arandelas para atornillar la esparraguera y así, fijar el váter. Literal. Según parece, no había buena comunicación entre el señor chino y él y, para ser sinceros, tampoco la había conmigo, pues no me estaba enterando de nada. El hombre le echaba la culpa al pobre chaval y yo, que sin comerlo ni beberlo me estaba metiendo en una situación de lo más absurda en la que cada vez me costaba más aguantarme la risa, me puse a maquinar un plan para salir de allí como fuera. El dependiente, con el tesón propio de los orientales, no paraba de dar artículos a su exigente cliente y, en una de esas, me zafé de los dos y seguí dando vueltas por el bazar, en busca de un posavasos para los poleos nocturnos que, desgraciadamente, no encontré.

Tocaba ir a la caja. Allí, de nuevo, me encontré con el señor de los espárragos. También con las típicas clientas que, hasta cuando están pagando, marean al dependiente. Por lo visto hoy tocaba, por cualquier compra, meter mano en el cesto de "mandalinas" que tenían en la puerta, pero lo que no quedaba demasiado claro es qué cantidad de "mandalinas" era la adecuada en función de la compra. Mientras, el señor de los espárragos probaba un brasero, lo que derivó en una conversación entre el cajero y el dependiente de la que solo entendí claramente la palabra "megavatio". Al final, la venta tuvo éxito y el señor de los espárragos completó su compra con el pequeño electrodoméstico en cuestión.

Pagué. El cajero insistía en darme una bolsa para llevar el palo y las "mandalinas", pero he de reconocer que no estaba por la labor. A fin de cuentas, el importe de mis compras ascendía a 3.65 €, pero tal fue su insistencia que cogí dos. Y, feliz, me fui a casa a seguir con el fregoteo. Les hablaría del nuevo kit de fregona y palo pero eso ya quedará para otro día. U otra entrada.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Domingo

Cumpliendo con las dulces tradiciones.

o-o-o-o-o

Sol que acaricia, pero no quema. Ni siquiera calienta.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Sábado

Hace frío. Ni con el brasero entra uno en calor, ni siquiera poniendo los pies encima.

o-o-o-o-o

Se hace raro esperar la cena en el sillón en el que, no hace mucho, mi padre veía las noticias. Es curioso, pero desde que él falta, se oye arrancar la calefacción.

o-o-o-o-o

Salí esta mañana. Bajé a pagar unas chirimoyas erróneas que, al final, quedaron a deber hasta que las autoridades se pronuncien definitivamente. Compré perchas, de esas adhesivas, para detrás de las puertas. Y varias cosas de intendencia. Y, de camino a casa, manifa. Ya de tanto protestar ni presta uno atención.

Lo que yo digo

Adolescente total. Si es que por todo hay que pasar, más tarde o más temprano.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Torturas modernas

Acostarse en una cama con las sábanas frías.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Miércoles

Me duelen los brazos y la mano izquierda.

Y sigo preparando papeles y pensando.

martes, 19 de noviembre de 2013

Así pasó el día

Frío, pero menos. Inventos con la WiFi. Adaptaciones curriculares futuras, a sugerencia de los expertos. Y poco más.

lunes, 18 de noviembre de 2013

No tan microcuento

De repente, se despertó. Entreabrió los ojos y, al ver tanta luz, creyó que se había quedado dormido y no había ido a trabajar. Luego se acordó de que sí que había ido a trabajar, que era por la tarde. Y se sintió tan orgulloso que volvió a dormirse, no antes de decidir que dejaría de endulzar el té con aquella sacarina tan extraña.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Laujar de Andarax

Domingos como los de antes

Ya no recordaba los madrugones, ni tampoco el amanecer dentro de un autobús. Ver que la luz va pintando poco a poco el nuevo día, descubriendo que, por unos minutos, todo está puesto ahí para ti.

Lamiendo heridas

No se hasta qué punto soy yo. O si me creo mi propia publicidad.

o-o-o-o-o

Tengo lapsos espacio-temporales. Por no hablar de que hablo solo.

o-o-o-o-o

No me gustan los actos sociales en los que desconozco un número finito de personas. En los otros me apaño, aunque tampoco me entusiasman. Sí hay algo de mi que me guste y me moleste a la vez es mi capacidad de sentirme solo estando rodeado de gente.

o-o-o-o-o

Ni me deja de doler la garganta ni me acabo de resfriar.

o-o-o-o-o

Y, a pesar de tanto tiempo, sigo estando en forma.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Mediodía

Pues muy bien todo, pero con frío en los pies.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Viernes tarde

Tarde de sofá, siesta. Y, luego, de intendencia común primero y sorprendente después. Para rematar la faena ha cambiado de supermercado, por chirimoyas y caquis. El caso es que tengo fruta, pero me da un poco de agobio tener menos de dos kilos de cada cosa en casa. Y eso que uno vive solo.

o-o-o-o-o

Por ser viernes y, además, tener un pinchazo en la garganta he decidido darme un gusto. Me he comprado una copa de esas de chocolate. Ante la ausencia de las que estaba buscando me he visto en la necesidad de elegir otras. Las de marca marca, más apetitosas, tenían una fecha de caducidad relativamente reciente. Y las de marca blanca, una fecha más acorde con la forma de consumo prevista para el producto. Lamentablemente, venían en packs de 4, lo cual es algo que me echaba para atrás, ya que tampoco es cuestión de darse tantos gustos, que somos pecadores y venimos a esta vida a sufrir para ganarnos el cielo, lo cual ha hecho que me replantee la moralidad de comerme esta noche tal manjar. Afortunadamente descubrí algunas que se vendían individualmente, pero su aspecto no era muy apetitoso. Así que al final me decidí por las de marca blanca, que caducan más tarde, son más baratas y el pecado, imagino, será más reducido.

o-o-o-o-o

Me invade una cierta sensación de melancolía, que no se a qué atribuir. Y me duelen los brazos, y tampoco sé de qué.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Variaciones sobre un caracol

 

Jueves

Y aquí estoy, en el pasillo, entre ruidos de clases lejanas, esperando un simulacro que no llega.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

MIércoles

Hoy está nublado. Pero nublado de verdad, no de esas veces que el cielo amanece encapotado y es el sol el que disuelve las nubes, como cuando remueves la crema del café con una cucharilla. Además, hace ya un frío que se te cala un poco. Es, paradójicamente, reconfortante.

Y, además, ha empezado a llover.

Ahora que me doy cuenta, el cambio de la bombilla de toda la vida por la de bajo consumo de oferta, un euro me costó en esos baratillos que hacen a veces las grandes superficies, da un toque más mortecino a la habitación. Quizá sea el invierno. O que el ahorro se tiene que notar en algún sitio. Incluso en el ánimo.

martes, 12 de noviembre de 2013

Nius of the güorld

Hier.

Obsérvese la cara de satisfacción del objeto y sujeto, respectivamente, de la acción.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Lunes

Tarde de contingencia y andurreo. Muy bien aprovechado todo, por cierto.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Aeropuertos

Otra vez más me hallo en uno de ellos. Coqueto y sin demasiados pasajeros, aunque los que hay son ruidosos. Es curioso porque en aeropuertos más grandes con más gente el ambiente es más lúgubre.

No he comido. Entre tener que comer y salir pitando con el bocado en la boca y tener que salir pitando con el bocado en la boca he elegido la segunda opción que, en principio, presenta la ventaja de que no tengo que hacer la comida. Hay que espabilarse, que si no, se lo comen a uno.

Eso incluye lo de la jugada de los números de teléfono. Reconozco que ha sido ingeniosa, pero no me tomes el pelo más de lo que yo te deje.

El avión llega a tiempo. Dos minutos antes, parece. De todas formas, hasta las cinco no como. Al lado se me han aposentado unos ingleses que comen pipas. A ver cuando una ley como la del tabaco. Para eso para la gente que hace ruído en los aeropuertos.

Casi sin darme cuenta el avión ha llegado, pero sin los dos minutos de adelanto. Ahora toca el tiempo de descuento, que es la espera y reencuentro con la maleta, momento emocionante donde los haiga. Me iré a la puerta, pues. Prepararé la lágrima.

sábado, 9 de noviembre de 2013

La Alhambra

Traspasé la puerta de los coches, junto con un taxi. Había gente por todas partes. Riadas  podría decirse. La mañana acompañaba, pues la única nube que había era una en forma de pluma, blanca, que rompía la monotonía del cielo. Me escurría, como buenamente podía, entre los grupos de turistas, unos organizados y otros menos, con destino a la Iglesia. Santa María de la Alhambra, patrona de este recinto que es Granada pero que, a la vez, no lo es. Allí vive y baja una vez al año a Granada, atravesando el bosque de la Alhambra. No deja de ser curioso que la Madre de las Angustias, patrona de Granada, sólo pueda ser vista en su imponente trono por los recovecos del recinto por los invitados que sus hermanos consideren oportunos. Y, aunque todos seamos hijos de Dios, algunos parece que lo son más que otros.


Salí de la Iglesia, que apenas recordaba, camino del palacio de Carlos V. Me acordé de mi amigo Antonio, que decía que era un "exento", por montarse el chiringuito donde los Reyes Moros que sus Católicas majestades expulsaron. El edificio es imponente, tanto en su estilo como en su acústica, y es el origen de edificios recientes algo menos afortunados. Al menos, eso dicen los expertos.



Una gran cola de gente esperaba para entrar en los Palacios nazaríes. Ahora nos los racionan, pero no hace mucho aquí vivían forajidos y demás gente de mal vivir, dicho así en general y sin que se nos ofenda nadie. Como en el barrio de enfrente, antes nido de pobres y ahora parque temático a disposición de las perrerías de la actual corporación municipal, con su discreto alcalde a la cabeza. Me asomo entre las almenas a ver mi casa y tardé bastante. Pensaba que era más fácil de localizar, pero debo tener el gps un poco averiados. Lo que sí me llegan son los ecos de los tambores de la actuación de turno en el mirador de San Nicolás, un sitio al que no iba nadie hasta que a Clinton se le ocurrió recalar aquí. 

Algunos gatos merodean entre la gente, en la plazoleta cercana a la Puerta del Vino. Han debido hacer unos aseos, porque hay cola. Y me viene a la memoria la foto de un primo, que vino a hacerse el reportaje aquí. Tiene una foto muy cuca con la mujer, todavía enfundada en su traje de novia y en su ilusión. Al menos eso suponía. Una señora argentina teledirige a su hija para un pequeño refrigerio. Discuten sobre las propiedades del Aquarius y la Coca Cola de cara al turismo. Hablo solo y, a pesar de ello, la señora, sentada en un escalón, no sale huyendo. Hay un gato que bebe indiferente al interés que atrae.


Salgo por la puerta de la Justicia hacia el bosque, camino del Carmen de los Mártires. No veo la llave y la mano. Han puesto un andamio. Las eternas obras.





viernes, 8 de noviembre de 2013

Viernes

A veces viene bien traicionarse un poco. Dejarse pisar creyendo buscar un ideal, un algo mejor, aunque siempre sin perder una pizca de desconfianza que, al igual que a los héroes de la antigüedad, nos hace seguir sintiéndonos mortales.

En principio uno se cree feliz. Pero la felicidad es algo efímero, como el agua entre las manos. Y los detalles menos buenos o desagradables comienzan a surgir, primero como pintas verdes en el renacido suelo tras las primeras lluvias del otoño. Y, luego, como la mala hierba que crece y que puedes arrancar si quieres, pero que deja su semilla por mucho tiempo.

Surgen los porqués, como ese jardinero que no sabe por donde empezar. Hasta que, al final, comprende cuál es la única solución y la aplica. Arrasa y escuece. Pero cura.

Y entonces uno recuerda el antes. Y el antes del antes. De toda esta crisis que ya va para el año y que ya hay que dejar atrás sea como sea. Porque lo malo ya pasó y ya vendrá de nuevo cuando le toque.

Señoras que... II

Van al médico y están mu malamente.

Señoras que...

Te preguntan a qué hora te toca el médico para que no te cueles.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Dos dias

Ayer, hazte doscientos kilómetros para que pasen de ti. Hoy, charla impactante y libro de vacas acabado. Ya, felizmente en el himalaya.

La vida comienza a tener sentido de nuevo.

lunes, 4 de noviembre de 2013

El bosque de la Alhambra

Tocaba ya salir de allí. Esta vez, el guardia sí me hizo esperar. Los coches subían, ordenadamente, hacia el cementerio, como una procesión de colores que pasaban sin pausa. Bajé de nuevo por el parking, con árboles en vez de cubiertas.



Algo menos de bullicio en donde las entradas. Sería quizá por la hora. Y ningún autobús de turistas cargando o descargado. El mismo vendedor de los parasoles, usando su cabeza como escaparate. Llegué hasta la barrera que custodia la entrada al recinto alhambreño. No hace mucho se podía pasar por ahí, siempre que conocieras el camino adecuado. Y, además, en un momento se llegaba a casa. Unos turistas franceses llegan en su coche. Quieren entrar hasta el parador. El guardia les indica, pero llama por radio a su compañero, porque no se fía de la pericia del conductor. Tras apuntar la matrícula, les abre la barrera. Los taxistas tienen más suerte, tienen apertura automática tras reconocer la placa.



A pesar de haber acera decido ir por donde los coches. Quiero ver amarillo en las hojas, pero me tengo que conformar con un verde algo mustio. No se puede tener luz y color. Hay que elegir. Quedan a la derecha viejos hoteles abandonados, algunos edificios que ya no se usan. Se deberían cuidar esos detalles en un sitio como este.

A pesar de la época del año, apenas hace calor. Incluso aquí, donde siempre hace algo más de fresco. La rebeca de hilo está en su punto justo. Abriga, pero sin molestar.




Tomo el desvío de la izquierda, en donde está la cascada, y entro por la puerta de los coches que, si bien es la menos espectacular, sí es la más práctica. Además, siempre hay que ir de menos a mas



Antes de irse a dormir

Creí que se había roto la lavadora. Y resultó que elegí mal el programa.

domingo, 3 de noviembre de 2013

El cementerio II

Sigo mi ruta. La masa me devuelve un poco a la realidad y me pongo en camino a la cripta familiar, donde habitan muertos que son nuestros, pero tampoco tanto. Me sorprende ver que van a hacer un festival de música y danza. La pena es que los espectadores más numerosos no lo van a agradecer. Ni valorar.

Sigo camino del jardín de las cenizas. Allí está mi tío. Bueno, solo una placa, porque la urna y sus cenizas ya formarán parte de un árbol. Justo lo que hubiera querido. Me doy cuenta de que, de lo alto de los bloque de los nichos cuelgan cuerdas de seguridad. Familias enteras miran mientras los empleados limpian las tumbas y suben las flores. Gente, mucha gente.

Llego a mi destino. Rezo de nuevo. Veo que han puesto un mirador, el del agua. Lo que me gusta del cementerio es la gran cantidad de rincones agradables que hay. Es, aunque resulte raro, acogedor. Veo la ciudad a mis pies, desperezándose poco a poco en un día festivo. La bruma de la contaminación empieza a destacarse sobre el vivo azul de la mañana de noviembre. A pesar de las hermosas vistas de la sierra, decido no verlas. Y bajo, por entre las tumbas de las congregaciones religiosas, buscando la ruta de salida.

Bajo, como es costumbre, por el lateral derecho. Sigue el bullicio de gente que entra. Un par de amigas, curiosas, ven el espectáculo. Yo soy, a la vez, espectador y participante.

La animación sigue en la puerta. El autobús maniobra para poder salir, entre el río de coches que hay en la puerta. Los árboles ya tienen el amarillo del otoño que se resiste a llegar.


El cementerio

Sigo la ascensión por entre el parking de la Alhambra. Ni siquiera ataviado con la cámara consigo hacerme interesante para los captadores de turistas. Ni me venden un parasol ni me invitan al bus turístico. Me falta llevar la cara de despistado.

Hay un señor en la máquina que expide los tickets del parking. Hay coches por todas partes. Algunos son de turistas. Otros, de nativos que suben al cementerio. Pienso que elegí mal día para subir a recordar a mis muertos. Curiosamente, tengo más vínculos con el más allá que con el más acá. Eso debería hacerme pensar.

Riadas de gente que bajan. He superado el último paso de peatones antes de entrar en la manzana del cementerio. El agente municipal, al que si silbato hace gallos, apenas me hizo esperar. La gente baja en sus conversaciones. Una señora alecciona a su hijo: hay que dar limosna a los pobres de aquí, no a los foráneos. Lo dice en alusión a un chico negro que pide más arriba. Forma parte de una colección que, estratégicamente, cubre las calles de la ciudad. Todos con el mismo vaso. Todos con el mismo timbre de voz. Sigo esos pensamientos cuando un señor, con escalera en mano derecha y móvil en izquierda habla sobre un conocido, interesándose por el tipo de condena que cumple en la cárcel.

La entrada al cementerio parece un centro comercial. Los puestos de flores rebosan mercancía y clientes, en una cola perfectamente formada para lo que suele ser la tierra. Gente que pide, que vende cupones. Una animación impropia del lugar pero entendible por la fecha. Mi arrepentimiento por haber subido crece.

Como el pasillo central parece una romería, decido dar una vuelta por el lateral de los primeros patios, más libres de gente. Además, son impresionantes. Aunque la muerte nos iguale, hay quien se empeña en que su paso al más allá conste de más metros cuadrados. Hay que dejar constancia de que hubo clase. O, al menos, dinero. Bien es cierto que hay monumentos realmente impresionantes, pero otros son de un gusto un poco, digamos, dudoso. No sé si se trataría de un último esfuerzo, por parte de la familia, por revivir al finado.

Veo de lejos al Señor del Cementerio. En verano, cuando subía, apenas había gente y puedes parar a verlo. Pero hoy el motivo de mi visita es otro. Vuelvo al pasillo central. Paso por los jardines de los columbarios, donde las fuentes de agua mansa que apenas ahogan el ruido de los motores. Pienso que ahí pude haber descansado, pero al final elegimos la seguridad del ser gregario. Me acerco a mi columbario, en la pared. La m del nombre no ha quedado muy allá, pero es lo de menos. Siguen las mismas flores, pero con frescor distinto. Quizá debí haber comprado alguna, pero las contrahechas son horribles y dudo que me vendieran tres claveles. Son muy estrictos en la decoración en esa zona.

Rezo. Me emociono.

La buena gente



Más, aquí.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Nota mental

Hacer siempre mi voluntad.

Todos los Santos

Me levanté y desayuné. Decidí comenzar mi inesperado cambio de planes reeditando una ruta que ya comenté aquí alguna otra vez y que tengo que decir que me encanta.

Salí de casa abrigado, demasiado, camino de la Cuesta de los Chinos. No recordaba lo dura que es esa subida, a pesar de que nada más cruzar el puente y doblar la esquina ya se divisa la Torre de Comares. Mañana de cielo azul, sin apenas nubes. El Darro nos proporcionaba frescor, pero sólo mientras cruzas el puente. Unos señores mayores, un matrimonio que pasea, comenta que era antes por ahí por donde subían a los difuntos.



La cuesta fue restaurada hace poco. Así lo atestiguan los carteles que la adornan. Recuerdo la última vez que subí, años atrás, y me esfuerzo por encontrar las diferencias. Precisamente, aquella mañana salían las notas de las oposiciones.

Al poco de abandonar la pared, llego a donde el agua comienza a cantar, en el lateral de la Alhambra. Hay una gran cascada, de la que se surte toda la acequia que va al Darro, un poco más arriba de donde se encuentra el acceso secreto al Generalife, aquél que usaba el rey moro para entrar en él. Un gran tapiz de hojas rojas, rojo otoño, en la pared opuesta.



La gente pasea, se hace fotos en los rincones ocultos. Hasta aquí nos ha llegado el turismo.


Es un lugar mágico, a pesar de ser transitado. Cada uno parece envuelto en su propia atmósfera, en su propio universo. Al final, la cuesta se suaviza y se llega a las Chirimías, pasando bajo los puentes que, desde la Alhambra, dan acceso a los jardines del Generalife. La entrada de los mortales.


Aún queda otro trecho para llegar a mi destino, el cementerio. Los autobuses vomitan gente, que acude rauda a las taquillas a obtener sus entradas. Me cambio de acera. Los árboles apuntan al cielo, mostrando respeto a los muertos en este día. Un perfecto recorte. Una silueta sobre fondo azul.