miércoles, 15 de mayo de 2013

Cotidiana

Hoy se me ha roto un vaso mientras fregaba. Justamente cuando acababa de ser enjuagado, un levísimo toque con el asa de la olla ha hecho que se partiera en tres. Tres cortes limpios, sin mijilla alguna, que han caído en el otro seno del fregadero, en el de escurrir.

Con mucho cuidado he retirado los trozos y los he echado a la basura. Y me he puesto a recordar la vida del vaso, desde que lo compré una tarde de septiembre hasta hoy, en que se me ha subido al cielo de los vasos. Pensaba que era una tontería tener menaje propio estando de alquiler, pero en un arranque consumista decidí comprarlos. Luego compré mas cosas de las que apenas uso la décima parte, pero eso es otra historia.

Un vaso no es el típico objeto que se rompe sin aviso previo. Cumple su función y, en algunos casos, hasta sobrevive al dueño. Además, vivió una vida feliz, sin ni siquiera conocer lavavajillas que comiera su brillo. Permaneció reluciente hasta su rotura, producida hace unas horas.

Uno nunca espera que se rompa un vaso. No obstante, hasta lo mas remoto exige su realidad más pronto o más tarde.

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