martes, 5 de agosto de 2014

Taller de ebanistería

Al final murieron todos y dejaron sus recuerdos, amontonados en locales abandonados, llenos del polvo de los años y la desidia. Es mas fácil dejar que sean otros los que olviden por ti para que uno se pueda centrar en lo mollar, o al menos en lo aprovechable. Pero siempre gusta rebuscar en la memoria de otros, por si acaso.

El una habitación que antes fue despacho de una carpintería se acumula el pasado. Cajas con plásticos, enaguas viejas llenas de polvo. Y tarjetas postales con sellos del año 13 del siglo pasado. Mensajes breves de gente que va a un sitio y manda una postal, en parte por cariño al que la recibe y en parte por recuerdo, por conformar una bitácora personal, un album que, cuidadosamente, será archivado en el olvido.

Así debato mi verano. Entre sobres dirigidos ya a muertos, con recomendaciones, peticiones, calendarios repartidos que la agonía recluyó en un armario. Cosas que pudieron ser útiles pero que quedaron condenadas a ser basura. Desidia.

Rebusco y mis manos se llenan de polvo. Sigo pensando en la historia oculta, en aquello que no sabemos por que entonces éramos inocentes. Y por la mano que lo asía todo con la fuerza de la fe. Y, quizá, del chantaje. Algo tendría que haber.

Trabajos de alumnos. Iconos del Perpetuo Socorro, de cuando la enseñanza era menos laica pero presumiblemente más enseñanza. Me voy a quedar uno para mi casa. Donde estarán las manos que lo hicieron.

Maderas comidas por polillas. Agujereadas. Otras, en cambio, han resistido bien el paso del tiempo.

Las nubes de polvo me asfixian. Ya han vuelto los albañiles.

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