miércoles, 13 de febrero de 2013

Escacharres

Primero fue el móvil. Ahora el coche. Lamentablemente el coche me va a ser más difícil de sustituir que el móvil pero, afortunadamente, lo que es andar, anda.

La cosa comenzó hace unas semanas. Al arrancar salía un humo blanquiazul que se quitaba al poco rato de arrancar, pero que era muy escandaloso. Este domingo, cuando me iba a venir, me asusté tanto de la humareda que decidí traerlo al taller. Y aquí estoy, en un pueblo lejano al mío, con un coche que esta noche no dormirá en su cochera.

He llegado en el momento justo según aquella canción, es decir, cuando no había nadie. A pesar de eso estaban todos los boxes del taller llenos, pero se veía poco movimiento. Dos mecánicos se ponían el mono para echar la tarde. Y allá que me he acercado, para contarles personalizadamente mis cuitas automovilísticas.

He metido hasta el fondo, el coche, y me lo han enchufado al ordenador. Ahora todo lo enchufan a un ordenador. El programa se resistía, para cabreo del mecánico. Que alegría saber que el fallo no era culpa mía y tampoco tenía que repararlo, aunque me he tenido que reprimir para no abalanzarme sobre el equipo en cuestión. El caso es que como la cosa no iba bien, lo han enchufado a Internet. El ciber-focus. Que no entiendo por qué el ciber espacio se tiene que enterar de que mi coche está pocho. Pero al final el diagnóstico ha sido positivo, es decir, negativo, porque el programa de diagnóstico no ha diagnosticado nada. ¿La solución? Que mañana el arranque sea efectuado por profesionales.

Desde ese momento ha sido el gerente el encargado de atenderme, posiblemente porque he manifestado ser profesor de secundaria de un instituto de pueblo, o sea, la créme de la créme, more or less. Hasta me han invitado a pasar a la sala de espera, algo retro y coqueta a la vez, con sus correspondientes revistas de coches prudentemente atrasadas, posters de promoción de la marca, sillones y sillas de escai, literales, una palmera sustentada en arena de colorines coronada por una tele minúscula en la que se ve una novela donde la gente se besa y se casa. Y un acuario con peces sospechosamente quietos, pero que si los miras y al rato los vuelves a mirar ves que se han movido.

Como toda sala de espera que se precie, también hay una puerta a la esperanza, es decir, a la exposición de vehículos promocionados en las paredes. Si hubiera más gente los trastearía, pero dada mi fuerza de voluntad en lo que a compras se refiere en los últimos días lo mismo salgo con un coche debajo de cada brazo. En fin, que me estaré quieto.

Tan sólo queda esperar que me recojan. Creo que me relajaré echando un ojo al programa de fiestas del Taberno. Porque entre tantos besos, bodas futuras y traiciones me pierdo.

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