sábado, 2 de octubre de 2010

Sobre cambios

La vida fluye, se transforma, evoluciona, pero realmente seguimos siendo los mismos. Expresamos nuestras inquietudes de otra forma, pero en el fondo somos seres inseguros que buscamos en los demás lo que no encontramos en nosotros. Nos amamos o nos odiamos, dependiendo del día y de la hora, según lo que el mundo a nuestro alrededor nos condiciona en cada momento. Es la relatividad de la vida en sociedad. La dictadura del bien común.

¿De dónde nace el deseo de cambio? ¿Depende del individuo o de la sociedad? Cuando presionamos a alguien a veces experimenta deseos de cambiar, a veces deseos de quedarse como está y a veces la indiferencia más absoluta, que no sabemos si es rebeldía o pasotismo. Pero, ¿es inteligencia? ¿es autodefensa? ¿es libertad?

Deseamos cambiar, a veces como un muelle que está a punto de saltar en nuestro interior. Pero raramente los cambios son propios, sino que son sobrevenidos. Una buena mañana te levantas y en vez de tomarte una magdalena eliges una galleta. Lo mismo que una tarde te levantas de la siesta y descubres que ya no te gusta el color del techo de tu habitación. Igual que una noche, que al acostarte te preguntas cuándo perdiste la ilusión por buscar algo nuevo en cada día y por qué te resignas a que tu vida sea como es. Y es cuando la ilusión del cambio te llena, pero en el fondo no haces nada para buscarlo. Esperas que las galletas te den los buenos días por la mañana, que el techo se torne mágicamente de otro color y que en tu vida se convierta en lo que siempre quisiste. Pero eso nunca pasa.

Y es cuando decides, por ti mismo, hacer algo nuevo, apuntarte a un gimnasio, cultivar bonsais o comprarte un perro. Y estás feliz de nuevo, pero te asalta la duda de si todo lo nuevo que estás haciendo para cambiar tu vida es en realidad una huida hacia adelante, bien porque no sabes qué hacer o por no pensar en aquello que realmente te preocupa, que es el motor de tu deseo de cambio, y que no hay manera de abordar.

A veces no somos lo suficientemente valientes para cambiar aquello que está en nuestras manos. Sabemos qué hacer. Pero no nos atrevemos.

Y es que en el fondo no quiero. Al menos de momento.

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