miércoles, 25 de abril de 2012

Límites

Supongo que crecer y madurar, en la medida de lo posible, es acostumbrarse. Cuando se es adolescente y luego joven se ve la vida como algo maravilloso, lleno de experiencias todas estupendas y excitantes, como algo que se debe vivir al límite. Cada día debe ser el último y, por tanto, el mejor.

Yo reconozco que siempre todo eso me ha parecido una estupidez. Debo mencionar que lo decía con la boca un poco pequeña y mirando de reojo las vidas de los demás, por si acaso me equivocaba. Y, en cierto modo, hubo quien me quitó la razón. Aunque no por mucho tiempo.

Ahora, con algo de perspectiva sobre mi vida y la de los demás, he descubierto que la vida al límite que muchos me proponían no me interesa nada. Básicamente, porque se reduce siempre a lo mismo y humildemente creo que repetirse es una ordinariez, aunque sea la base de mi trabajo. Y he aprendido que mi felicidad está en las pequeñas cosas. En poder escribir algo todos los días, aprender algo nuevo, disfrutar de los momentos en los que hago o me hacen reír. Buscar ese momento para hacer algo que me gusta y luego compartirlo con otras personas que me cuentan su algo que les gusta. Pequeños momentos que, sin llegar a ser límite, hacen que mi felicidad siga sumando.

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