domingo, 26 de agosto de 2012

Análisis político

No cabe duda de que vivimos tiempos revueltos. Tiempos en los que los valores tradicionales están siendo atacados, en los que se nos muestra una nueva forma de hacer las cosas, forma que hasta ahora creíamos equivocada, pero que gracias a la acción de determinados visionarios, y normalmente con apoyos violentos, parece que se nos quiere imponer como única alternativa posible para corregir nuestros males actuales.

Dicen que, a río revuelto, ganancia de pescadores. ¿Es la crisis una excusa para saquear supermercados? No debemos olvidar que los supermercados emplean a personas que cobran un sueldo por hacer su trabajo. Si todos asaltáramos supermercados ¿de qué vivirían estas personas? Pues supongo que tendrían que asaltar ellos también su propio supermercado. O supermercados de la competencia. El caso es que los beneficiarios de los saqueos de nuevo se quedarían sin nada, con lo que el problema seguiría sin resolverse, aparte de dejar las leyes hechas unos zorros, posiblemente más de lo que ya están.

Otra cuestión es la de la representatividad política. Existen diversos movimientos, nacionales y extranjeros, en los que se clama por obtener una representatividad verdadera, secuestrada por la clase política. Dichos movimientos quieren presumir de independencia y de ser apolíticos, pero basta arañar un poco para ver que la filiación de sus ideas es bien clara. Esto puede suponer un engaño infantil, pues lo es engañarse a uno mismo, pero lo que es más peligroso es el derecho con el que se arrogan la capacidad de emitir carnets de demócrata, negándoselo a aquellos que no piensan como ellos. No deja de tener gracia que políticos de uno y otro signo, amén de los "apolíticos" antes descritos tengan sendos "expedidores de pedigrí democrático" que, curiosamente, solo conceden a los afines o a los contrarios que buscan derrocar al enemigo del adversario.

Tampoco debemos olvidarnos de la clase política, de la clase dirigente. A pesar de pertenecer a partidos distintos, creo que todos están de acuerdo en una cosa: decirnos lo que tenemos que hacer, sin cuestionarnos el por qué, sin que se puedan valorar alternativas. Pero, sobre todo, lo más llamativo es que la casta no se puede tocar. Se ingresa y no se sale, como una secta o un club elitista. Y el ciudadano que los ha elegido ya no es quien, de buena fe, le ha otorgado su representatividad para dedicarse a sus asuntos mundanos, sino el vasallo que le paga para que el señor siga viviendo del cuento. Sin olvidar que cada partido cuenta con sus medios afines, que apoyan al propio y atacan al extraño, obligando a aquel que se quiere informar a creerse el cuarto de la mitad que cuentan y a tentarse la cartera, esperando la próxima subida de impuestos.

Y lo peor de todo es que ninguno de los dos grupos descritos anteriormente se preocupa por eso que se llama "ciudadano medio", ese subser sin más aspiraciones que poder ir el domingo a la playa, dar un paseo con sus hijos sin que lo atraquen o abrazar a su mujer al ir a dormir cada noche. Todos se dedican a dar ordenes y a amenazar con ser "antidemócrata" o "fascista".

A fin de cuentas, creo que el problema subyacente es la búsqueda de la imposición, tanto por un lado como por el otro. Nos quieren vender la Libertad, tierra prometida, El Dorado de nuestros días, pero a costa de la libertad, esa que todos los días usamos nada más saltar de la cama.

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