martes, 25 de diciembre de 2012

Sermón de Navidad

La honestidad y la amabilidad: ganar poco y gastar menos, hacer, en general, a una familia feliz por la mera presencia, renunciar a algo cuando sea necesario hacerlo y no amargarse por ello, tener pocos amigos pero mantenerlos incondicionalmente y, frente a la misma condición sombría, ser siempre amigo de uno mismo: he ahí una tarea para la que se requiere todo lo que se tiene de fortaleza y delicadeza. Quien pide más, tiene un alma ambiciosa y quien exige tal empresa para considerarse exitoso tiene un espíritu anhelante. Hay en el destino humano un elemento que ningún tipo de ceguera puede desmentir: sin importar para qué estamos destinados, es un hecho que no estamos destinados para triunfar; el fracaso es la suerte que nos ha tocado. Esto es evidente en todas y cada una de las artes y las disciplinas, pero es clarísimo, sobre todo, en el discreto arte de saber vivir. Se deriva de aquí, pues, una agradable reflexión para considerar en el fin del año –y en el final de la vida–: solo quien se engaña a sí mismo encuentra satisfacción continua; la desesperanza del que desespera, por lo tanto, no es algo inevitable.

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