sábado, 9 de julio de 2011

Benita VIII

Se enteró bajando en el ascensor. Se lo dijo María.

- ¿Vas a venir al concierto?
- No sabía que hubiera un concierto. ¿Dónde es?
- Justo al lado. Anímate y vente. Vamos muchas de la resi. Después de desayunar, en la entrada.

A la hora acordada las cuatro compañeras salieron por la puerta verde de la residencia camino del teatro. El día era soleado, cosa importante pues era un concierto al aire libre. Un plan perfecto para un sábado por la mañana.

Pero, a pesar de todo, algunos nubarrones aparecieron en la mañana. Cometieron el error de sentarse justo al lado de una pareja joven con su hijo de corta edad. El niño resultó bastante inquieto y los padres, que estaban de fin de semana, se dedicaron a comer pipas con total desinhibición. Justo cuando comenzaba la tercera pieza, Dulce comenzó a refunfuñar en voz baja:

- Condenación de crío, la madre que te...

El niño seguía a lo suyo. Los padres, también. El enfado de Dulce seguía en aumento, cosa que manifestaba moviendo nerviosamente la pierna izquierda, la más cercana a los distrayentes, y con unos refunfuñamientos que tomaban cada vez más espesor y fuerza. María, que se dio cuenta, sugirió a Benita acercarse a ver a una amiga suya que había localizado en el otro extremo del anfiteatro. Y, agarrando a Toñi del brazo, desaparecieron sigilosamente.

En ese momento, cuando la orquesta más a gusto estaba con la interpretación y el director se agitaba sin parar a punto de alcanzar el climax musical, una voz paralizó al público y ejecutantes, que se quedaron sorprendidos y sin saber cómo seguir.

- La madre que te parió, niñico. ¿Es que no te han enseñado a comportarte? ¡Claro! ¿Cómo van a enseñar a comportarte si tienes esta calamidad de padres que se ponen a comer pipas en un concierto? ¡Vayanse a la porra y quédense allí! ¡Cenutrios! ¡Qué pena de abortos que se perdió su madre!

Durante los segundos posteriores a su regañina el niño miró a sus padres y luego a Dulce. Su cara estaba roja. Los ojos parecían salírseles de las cuencas. El niño dudaba qué hacer. Miró de nuevo a sus padres y al público en general. Al final, y tras una última mirada a la cara de Dulce, el niño decidió que lo que procedía era una hábil estratagema de retirada y comenzó a berrear. Sus padres, rojos como tomates, comprendieron la idea, lo cogieron en volandas y desaparecieron ante la mirada atónita de todo el mundo, incluidos los músicos, que lo único que hicieron fue levantarse, saludar con la más rápida de sus reverencias, y un tanto temerosos, salir por piernas de aquel lugar.

- Bueno, María, ¿y tu amiga?
- Me parece que me he confundido. Las cataratas me juegan muy malas pasadas.
Y con un guiño de ojo todo estuvo dicho.

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