sábado, 28 de mayo de 2011

Ahí sentados

Suelo andar por la calle con los auriculares puestos. Tiene su lado bueno, especialmente si se vive en un barrio como el mío, sin aceras, y es que un coche te puede sorprender y atropellar. Casi seguro que algún abogado inteligente demostraría lo contrario. Pero también te permite observar todo con más detalle.

Me fijo en la gente que pide en la calle. No sabría decir si con esto de la crisis hay más gente o menos, pero en mi ruta habitual casi siempre veo a los mismos. Hay mimos, gente que toca algún instrumento, gente que implora y gente que, acurrucada en un portal, sujeta en sus manos un vaso de plástico con algunas monedas mientras un cartel da unas explicaciones que a veces están de más. O más bien preferiríamos no saber...

Hay una mimo que nunca pierde la sonrisa. Saluda a toda la gente que pasa, siempre educadamente, a niños y mayores. A veces me paro a cierta distancia y observo las reacciones de la gente. A veces se pone en la calle Zacatín, o en un lateral de Correos. Va vestida de color plata, a veces de color oro. Miro su cara no sin cierto pudor. Y pienso en cómo es su vida. Me pregunto donde duerme por las noches. Me pregunto si está ahí por trabajo o por necesidad. Y me pregunto si todas esas cosas que me pregunto no son una absoluta estupidez.

Hay otro señor, tendrá ya sus 50 años. Tiene gafas y barba. Va correctamente vestido. Toca la guitarra y canta. Desde mi humilde punto de vista no lo hace nada mal. La gente hace corro a su alrededor. Otras veces, siguen andando, ajetreados, cargando bolsas de franquicias con sus últimos trofeos textiles. Canta canciones populares. Mi música no consigue ahogar el arte que me regala. Me siento un tanto ladrón y otro tanto déspota cuando paso por su lado. Todo el mundo tiene derecho a ser admirado, especialmente si hay algo que sabe hacer bien.

Muchas veces me pregunto qué haría yo si me viera en su lugar, si tuviera que hacer lo que ellos hacen para salir adelante. Cómo reaccionaría si perdiera todas mis comodidades más o menos justamente conquistadas por una mala jugada de la vida. Qué sería de un quejica sin motivo como yo si me viera como ellos. Ahí sentado.

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