jueves, 27 de junio de 2013

No se puede ocultar una mano detrás de una tiza

Silencio. Tan solo hay silencio. Apenas se ve gente por la calle, a pesar del sol de verano. Ya ni el sol calienta en las tardes de junio. Es como un presagio del fin del mundo. Del fin de una era.

Mi cuerpo está derretido. Saltaron los fusibles y ahora hay que esperar a que suavice la cosa, a que se recomponga el hilo de cobre que une las dos partes y que la corriente vuelva a pasar, alumbrando de nuevo. Pero la corriente es la misma y el hilo cada vez está más maltrecho.

Mi cabeza me duele. Siento mis brazos cansados. Me siento cómodo en la penumbra de mi estudio, pues apenas entra la luz por la persiana. Me gusta que sea así. Me gusta la oscuridad. Me gustaría ser oscuro, opaco. Pero no lo consigo.

Quiero salir a andar, pero temo estar demasiado cansado. Un cuerpo cansado ya para seguir. Empeñado en que el espectáculo debe continuar, ante todo y sobre todo. Y hay veces en las que no se puede seguir  como si nada. Quizá hoy hemos llegado a ese punto.

Pasó el oleaje. Nos pilló, traicionera, sacándonos el bañador y dejándonos delante de todos, con el culo al aire. Y no sé por qué esa cara de vergüenza al verte desnudo, pues así voy todos los días. No se puede ocultar la mirada detrás de unas lentes.

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