sábado, 19 de febrero de 2011

Crónicas viajeras

Indudablemente, viajar es un placer. Recientemente he llevado a pastar por la capital a mi rebaño de ovejitas, para que abreven en las fuentes de la cultura y la política. Tras un largo periodo de preparativos, partimos rumbo a Madrid.

El inconveniente de vivir tan lejos de la capital es el tener que hacer millones de horas de autobús, pero con la adecuada compañía eso no suele ser inconveniente. Buena música y efectos de sonido para animar a la concurrencia. También ayuda hacer y deshacer la lista de las habitaciones.

La llagada a la capital fue sin problemas. Distribución de habitaciones y partimos en busca de comida para el cuerpo y para el espíritu, visitando la típica tasca franquiciosa madrileña y su pinacoteca más famosa, donde curiosamente no encontramos ningún pino, ni tampoco ciertos cuadros de interés. Tras ver aquello que nos resultó más interesante hicimos parada técnica de nuevo en el hotel, de donde nos acercamos a ver el Guernica. Estuvimos a punto de vivir su segunda parte al amenazar con ir a otro museo, pero en vez de ello nos dirigimos a Sol, precisamente entonces que era de noche, por lo que no habría peligro de insolación. Tras dar una vuelta, la mayoría de mis ovejitas quiso regresar en taxi, pero algunas de ellas decidieron acompañarme en un paseo nocturno, que tuvo su premio en forma de foto y visita a mini-monumentos, como la cibeles.

La noche transcurrió como se esperaba. A pesar del cansancio que justificó los taxis, al caer la media noche mis ovejitas se activaron como era de esperar. Tras arreglar una cisterna y no evitar el ataque de una araña me metí en la cama, y pude comprobar que la probabilidad de que un adolescente que pasa la noche fuera de casa sus padres se vaya a dormir es menos infinito. Carreras, gritos, persecuciones, llamadas a la puerta... todo es poco para nuestros jóvenes. Eso, unido al calor, hicieron que dormir se convirtiera en misión imposible.

Al día siguiente, desayuno continental y salida hacia el Congreso de los Diputados, donde vimos todo lo típico y lo atípico, puesto que tuvimos la suerte de que nos acompañara una diputada.

Tras un par de mareos y 50 constituciones nos dirigimos al Palacio Real, donde comprobamos los lujos y boatos a los que nuestra corona renuncia tan sensatamente. Un ratito para comer y descansar y vuelta al hogar.

Y todos tan contentos...

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