viernes, 23 de septiembre de 2011

Hacer el mercado

Hoy, por primera vez desde que estoy aquí, he hecho el mercado. Bien es cierto que antes lo hacía, en otros sitios y otros tiempos, pero siempre acompañado. Siempre hay una primera vez para todo.

Después del desayuno he ido a la zona de compras con idea de abastecerme de fruta. Porque a los mercadillos hay que ir con las ideas claras, porque si no te pierdes entre los productos y servicios que te ofrecen. El primer problema que se presenta es el de la elección adecuada del proveedor.

Al principio de la calle hay varios puestos, no muy grandes, con fruta y verdura variada, que ha conocido, o al menos eso supongo, mejores épocas. Están regentados por hombres mayores, que se sientan en el extremo izquierdo del tenderete. No ofrecen nada, ni gritan lo que tienen, ni pregonan sus fantásticos precios. Tan solo se sientan y esperan.

Avanzo un poco y la calidad de la fruta tiende a cero. Una pareja de hombres regatea con los paseantes el precio de la poca mercancía que les queda. Un cartel me sobresalta, patatas a 50 euros. Supongo que serán 50 céntimos, o bien la patata llevará una pepita de oro o algo así, porque si no, no se entiende. Sigo avanzando y la fruta deja paso a los frutos secos y la fruta desecada, que parecería lo mismo, pero no lo es. Un churrero apura la poca masa que le queda para hacer la última rueda del día. Y, de nuevo, se abre ante mi el reino de la fruta. Cruzo los dedos para tener suerte.

Y la tengo. Tan solo son unos pocos puestos, pero bastante mejores que los anteriores. Lo supongo porque están en la "zona noble" del mercado, la más cercana al ayuntamiento y la cuesta de entrada al centro. De una furgoneta salen un puesto regentado por dos señoras que me inspiran confianza. Decido pararme ahí pero, sin saber por qué, acabo comprando en el puesto de enfrente, quizá seducido porque está regentado por una madre y su hijo.

Improviso mi lista de la compra, que consiste básicamente en comprar fruta en stock. Me apetecen unas uvas, manzanas, peras, melocotones, una minicebolla para la comida del día que amablemente me regalan y lechuga y zanahoria para mis ensaladas nocturnas. Añado un pepino a última hora, por aquello de apoyar el sector pepinero nacional. Me lo dan con muchas estrías y bultitos. No seguiré por ahí.

El hijo que me atiende al principio está algo nervioso. Tiene que atender algo relacionado con un coche que no puede salir. Y me empieza a atender su madre, a la que le tengo que especificar qué es lo que quiero al menos dos veces, porque está ligeramente sorda. De hecho tengo que rescatar a una posible clienta al ser informada erróneamente del precio de la sandía, confundida esta con las judías.

Cuando pago no me asusto del precio, pero sí de la cantidad de fruta comprada. Tengo para, como mínimo, dos semanas. Dos bolsas verdes contienen la preciosa y voluminosa compra, que exhibo mientras recojo el libro de inglés de este año a una gratamente sorprendida librera en lo relativo al amío de casa.Tan solo me falta el pan, volver a casa y colocarlo todo.

Y, por supuesto, contarlo en el blog.

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