Acabo de comer, de tomarme la infusión y de ver un capítulo de Dexter. La emoción del final me deja algo soñoliento y eso, unido a los comienzos de la digestión, me hace emprender un viaje en busca de Morfeo. Saco el billete y ocupo el asiento de sofá y manta con brasero que me han vendido. Pero justo cuando voy a llegar a mi destino junto a mi dios griego favorito, una música epopéyica y lejana se acerca a mi balcón. Me informan de un mitin de cierto partido, con el menú de mitineros y la hora del evento en cuestión.
Pienso en un quizá de compromiso a lo facebook, aunque el horario me parte un poco la tarde. Media vuelta y de nuevo en busca de Morfeo. Pero, sin apenas tiempo de buscar su cara entre la gente de la calle de mis sueños, otro megáfono vehicular me informa de que me sume al cambio. Y digo yo, ¿tiene que ser ahora o puedo dormir una breve siesta? Lamentablemente este coche es algo más persistente y llega incluso a cruzarse con su rival político, afortunadamente sin consecuencias ni parte al seguro. La calma vuelve a apoderarse de mi cuarto de estar.
Pero justo cuando el desperece empieza a retirarse y casi adivino su cara cerca de mi, Morfeo me abandona de nuevo en pos de una oferta de telefonía que no podré rechazar. Cojo el teléfono, pero no contesto. Es una gilipollez, pero eso es como no tener ni siquiera derecho al pataleo.
Y yo me pregunto, ¿es que no se puede dormir la siesta en el país que la inventó?
viernes, 11 de noviembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario