Hay algo que me preocupa especialmente en este mundo. No son las guerras, o la prima de riesgo, o la crisis económica. Es algo mucho más sencillo. Las patatas.
Hoy he tenido que freír unas cuantas y, al ir por la materia prima, me he encontrado con dos bolsas perfectamente identificadas: las de freír y las de cocer. Como es natural, he elegido las de freír y he sacado unas cuantas de la bolsa. Pero como la curiosidad humana no tiene límites, he decidido sacar una de la bolsa para cocer y compararlas con las de la bolsa para freír. Y, por lo menos yo, diferencias apreciables no he encontrado.
Y ha sido en ese momento cuando se me ha venido a la mente una escuela de patatas, desde donde pequeñas van aprendiendo cosas hasta que, en un determinado momento y según las competencias desarrolladas, son evaluadas y clasificadas en patatas dignas de ser cocidas y en patatas propias para ser fritas. Una especie de dicotomía ciencias-letras en el ámbito tuberculoso.
He pensado en las asignaturas que tendrán. En si serán evaluadas en competencias o en conceptos / procedimientos / aptitudes. Si tendrán Religión o ATEDU. Si sus tutores llamarán a las plantas de donde vienen para darles las quejas por su bajo rendimiento en Matasmáticas. O si, en las evaluaciones iniciales, serán clasificadas en Francés o algún refuerzo, por ejemplo, Refuerzo de Freír, o Refuerzo de Cocer.
Tanto he pensado en ellas que casi se me queman. Pero no. Como han sido educadas para ser fritas apenas se han dorado un poco. Y, por cierto, me han salido buenísimas.
El sistema educativo patatero funciona. Deberíamos copiarlo.
sábado, 26 de noviembre de 2011
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