Eran las siete y llegaba tarde. Estuvieron a punto de multarla, pero soltó el móvil a tiempo y, disimulando con una pícara sonrisa y soltándose un poco el escote le dio algo de pena al policía, que hizo las vista gorda. Bueno, más bien posó sus ojos en sitios poco discretos.
Aparcó de milagro y salió en busca de su acompañante, que la esperaba a la entrada, con un chupa-chups en la mano y un cigarrillo en la otra. Un breve saludo y entraron en el edificio, donde apenas había gente. Eligieron bien la tarde, ya que nadie les molestaría en su recorrido.
Pasaban las salas y las explicaciones la iban absorbiendo. Casi se sentía entrar en cada una de las obras de arte que se sucedían colgadas en la pared, apreciando matices nuevos en los que antes no había reparado.
Pero entonces, la voz de su acompañante se apagó. Deseaba ella ser capaz por si misma de encontrar la llave que daba entrada a los pequeños mundos de cada cuadro. Tan solo la desconcentraban los pasos en el silencio de las salas y el sonido de su respiración tranquila aquella tarde de noviembre.
jueves, 10 de noviembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario