martes, 2 de noviembre de 2010

El día de la marmota

Un suave zumbido me introduce en la pesadilla. Durante 5 minutos intento negar lo evidente, pero la realidad es muy tozuda y la jodía siempre se sale con la suya. Me pongo en marcha a base de cafeína y la misma música de todos los días. Mientras el desamor, la mentira y demás parientes martillean mis dormidos oídos llego al centro de mi reducido universo, donde criaturas indefensas, más bien superheroes creados a base de biofrutas son aparcados por sus progenitores para no se realmente qué.

Mientras garabateo polinomios, me doy cuenta de que a nadie le interesan, ni siquiera a mi mismo. Y lo que más me preocupa y sorprende es que ni me sorprende ni me preocupa.
Mi zorrera me espera tras el estruendo del cambio de clase, esperando la ocurrencia un millón novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve. ¿En qué categoría la clasificaré? Es favorita la de "ahora te lo miro y te doy lo mismo que me has dicho". Tampoco desdeñaría la de "ahora te lo doy, pero es que..." seguido de la más santiaguesca ocurrencia, no por apostólica sino por peregrina. Reconozco que mi capacidad de sorpresa tiende a cero, pero también es cierto que si parto un queso en dos y me lo voy comiendo tengo queso hasta que me muera, con lo cual el comer no se demuestra partiendo.

Breve receso en la mañana. Si consigo zafarme de la última ocurrencia o cita fallida me espera un mínimo momento de placer, en el que seguro que a alguien se le ocurre alguna magnífica idea. Como soy imbécil, la recibo con entusiasmo y el proponedor se hace a un lado, mientras se pregunta como se enciende el ordeñador y si realmente se llama así. Además, siempre hay tiempo hacia la crítica constructiva, entendiendo constructiva como sobadora oval.

Otra reata de criaturas me sigue demostrando que me equivoco, mientras me pregunto por qué no me da un infarto. Quizá si no comiera tan sano... Definitivamente, debería empezar a fumar. Independientemente de que fuera antes o después.

Vuelvo a mi refugio. Me espera merluza y media y una ensalada. Por supuesto, me olvido de la sal. Pieza de fruta. Intento dormir. No puedo. Me esperan montañas de fotocopias de escriba con los mismos errores en los mismos sitios. Sólo cambian los nombres. Reforestaríamos el Sahara y sobrarían árboles. A tomar por culo el cambio climático.

Mi guitarra, entre otras cosas, duerme el sueño de los justos. Siempre lo menos importante es lo más urgente.

De nuevo un sobre. Visualizo un pez bajándose las escamas.

Sin apenas tiempo me voy a cultivar Shakespearitos. Vuelvo a mis orígenes, pero por un ratín solamente. Cuando más relajado estoy, me atizan con que existe un estres bueno, como el colesterol bueno. Y ya no se si reir o llorar.

Regreso, ducha, cena, llamada. Y un pensamiento.

Mañana será otro día. Supongo que igual. O no...

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