jueves, 11 de noviembre de 2010

Un barco en el salón

Mientras la noche va avanzando y el viento sopla con fuerza, un barquito verde, con forma de sofá, me acoge con cariño. El suelo es el agua en la que flota e incluso hace que se ondule y me mezca, mientras espero la hora de perder el zapato y volver a ser cenicienta, si es que alguna vez lo dejo de ser. Y en apenas dos metros cuadrados se congrega todo mi mundo, resumido en un ordenador, un teléfono y unas enaguas viejas de un imposible color rojo. Tanta necesidad de comunicarme sin tener con quien. Dicen que a eso se le llama ironía.

En mis oídos se alternan los sonidos del viento y del silencio, solo rotos por algún coche despistado o por esos ruidos que a veces se oyen en las casas de vecinos, los grifos que se abren, las típicas discusiones de pareja, desmentidas en las reuniones de vecinos, donde todos aparentamos ser lo que no somos, aunque en el fondo sepamos que no engañamos a nadie.

Sigue mi barco surcando la noche, mientras mis ojos se cierran. Otra vez es jueves. Vuelvo a ser una semana más viejo y sigo sin aprender nada, al menos sin poner en práctica lo que aprendo.

Ya veo el puerto. Atracaré, una noche mas.

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