domingo, 7 de noviembre de 2010

Mañana de sábado

Bajo a quitarme peso de mi cabeza. La crisis me oferta un esmero que no deseo, porque tengo algo de prisa, pero a fin de cuentas me tranquilizo pensando en que, en el fondo, tampoco tengo tanta.
Y para pasear siempre hay tiempo. Salgo rapado, recojo un módem y la chica me pregunta si realmente soy yo el del carnet, y experimento el segundo deja-vu de la semana. He batido mi record. La feria del libro me espera. Casetas con libros viejos, de segunda o infinita mano esperan otra oportunidad. Y otros nuevos, recién salidos del horno y que no pueden luchar contra los best-sellers, esperan ganar la confianza de unos ojos que los elijan. Qué diferencia con otras ferias del libro, ya cerradas y acotadas... ¿son estos señores héroes de la cultura, o simplemente aceptan las reglas del juego?

Elijo la utopía moresca, que no musulmana y vuelvo a comprar el principito, al menos por segunda vez, con la firme promesa de leerlo. Y se me ocurre la retrasmisión de un libro, como si fuera un derbi. También me paro en un manual de guitarra el enésimo del que me hago.

Paseando por la calle me doy cuenta de que sigo sin ser atractivo para los que ofrecen restaurantes económicos. Debo tener pinta de ser de aquí. De verdad que la próxima vez intento ir sin música incorporada, pero es que tengo que distraer mi mente con música. Miro las caras, todas distintas. Alguna me mira a mi y hace ademán de saludarme, pero no se atreve. Me he desarraigado de donde era sin llegar a echar raíces donde estoy. He conseguido cuadrar el círculo. Me felicito a mi mismo por
ello recogiendo el consabido encargo del sábado. Y mira por donde que no he tenido que esperar.

No, si al final la crisis no va a ser tan mala...

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