domingo, 19 de junio de 2011

Días perdidos IV

Salimos hacia la cumbre de la montaña. Más de una vez he querido explorarla y hoy va a ser el día. El motor de nuestro coche ruge ante el esfuerzo de las cuestas que tiene que subir, hasta que llegamos a la bifurcación y comienza una estrecha carretera hacia nuestro destino final. Nos saludan con la misma amabilidad las antenas y la flora endémica, cada una con la belleza característica propia de su especie. Me asaltan los viejos deseos. Ya es tarde, me digo.







Vistas impresionantes que el vigilante disfruta a diario. Nos acoge con amabilidad y nos enseña cómo trabaja. La verdad es que debería tener unas mejores condiciones en su puesto de trabajo. Alguien que protege unos montes tan bellos contra el fuego lo merece.



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