lunes, 13 de junio de 2011

Pontífices

No hay nada que no sepa. No hay nada que se aleje de su basto conocimiento. Sabe de todo. Cosa que está bien. Pero lo peor es demostrarlo, dejando además un espacio muy reducido a la duda.

Que conste que no me opongo a la sabiduría, pero no me gusta la sabiduría demostrada. Prefiero aquella sabiduría humilde que se aparece fugazmente cuando se la necesita, retirándose a su morada instantes después y dejando la duda de si realmente nos ha visitado.

La sabiduría está reñida con la presunción. Una sabiduría que habla con voz engolada y se para para que los demás la escuchen y sentirse importante no es sabiduría. ¡Dios nos libre de ella! La sabiduría no regaña por nimiedades, las disculpa y las corrige con el cariño con el que un maestro corrige a su alumno, con una sonrisa y una tierna caricia en la mejilla, no con sequedad y seriedad, o siendo desconsiderada y bruta.

La sabiduría pontificad. Sentada en su barroco sillón, con un báculo en una mano y con gesto de seriedad. Siempre por delante pero, en realidad, siempre atrasada.

Que ya no me engañas...

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