viernes, 12 de agosto de 2011

El Pilarillo



Está al final del pueblo y es el lugar de mi peregrinación diaria. Por lo menos dos veces. Recorrer el cargo camino desde casa, sorteando todo lo descrito antes y llegar ante él. Sacar el vaso de la vasera, o la botella, y beber allí mismo, sin medida. Aquella agua de sabor tan delicioso, que refrescaba en una calurosa mañana de agosto o en una ardiente tarde de julio. Recuerdo muchas personas haciendo cola para llevarse el agua a sitios lejanos, porque la naturaleza es caprichosa y no nos trata a todos por igual. Cuántes veces eché de menos ese agua en invierno. Cuántas veces he deseado tener ese manantial de agua tan pura allá donde estuviera. Al menos sé que existe y sé donde está.

Afortunadamente ayer rebosaba agua, aunque otras veces he visto tan solo un hilo de agua brotar de su antaño único grifo. La sequía de los 90, que tanto hizo sufrir a mi pilarillo y que debiera habernos hecho valorar la importancia de lo que se tiene.



Ayer su agua volvía a ser deliciosa. Como cuando era niño.

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