Si hay algo bueno de estas fiestas es la posibilidad de reencontrarte con viejos amigos y contar las batallitas ya sabidas o las nuevas por descubrir, en esta maravillosa profesión de hablar a la nada y respirar polvo de tiza.
Hoy me he acordado de uno de ellos y he pasado gran parte del día con él, así como con un amigo suyo que he hecho un poco mío y al que, según dice Manuel Q. me parezco. Pudiera ser, puesto que siempre he sostenido la teoría de la gente semejante en lugares distintos, lo que explicaría por qué en una capital tan chic encuentro gente tan sospechosamente parecida a la de mi pueblo adoptivo.
Tras preguntar por lo que se conoce y describir lo que se desconoce, hemos paseado, comido y bebido entre consejos, risas y reflexiones serias. Creo que ya soy capaz de renunciar a tratar de levantar acta cibernética de todo aquello que trato con mis amigos en este blog, porque creo que he aprendido la lección más importante: Lo que vale no son las palabras concretas, sino el poso que se queda cuando, de camino a casa, el frío apenas te importa. Esa sensación que queda en tu corazón, ese haber vivido plenamente unas horas de tu vida, horas que han sido irrepetibles y que hemos tenido la suerte de vivir.
Por ello, muchas gracias.
lunes, 26 de diciembre de 2011
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