Hace frío. No hay nadie por la calle, salvo mis acompañantes y algunas parejas que se apostan en las esquinas, atendiendo a sus obligaciones, que no entienden de horas, fríos y gente.
Camino un tanto exhausto, recordando viejos pasos por las calles de adoquines y muros de piedra. Calles de guerra para tiempos de paz. Imágenes de mi recuerdo asaltan mi espíritu en la noche, a las que intento dar forma. Pero el cansancio me lo impide.
Al doblar una esquina es el viento el que nos saluda, helando nuestras narices y entrando por las perneras de los pantalones. Es el mismo viento que arrastra los pequeños guijarros del pasado, desprendidos del suelo tras muchos años a él pegados y que, con su ruido, ahogan nuestros pasos en la noche.
Y también los furtivos besos en las esquinas.
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