Como es tradicional, la mañana del día de noche buena es siempre momento de recuperar olvidos ajenos, pero esta vez no he acabado en un supermercado, sino en la frutería. Por ello, me he embutido en mi abrigo y he bajado, como rey mago, en busca de mi portal particular, lleno esta vez de frutos de la huerta.
Una vez cumplido el encargo, mis pies deciden que es hora de pasear, de empaparse de esta ciudad que únicamente disfruto en vacaciones. Bajo camino de las calles del centro, llenas de gente que pasea. Las tiendas están llenas y las bolsas pueblan las manos de los viandantes. La calle Mesones es, a lo lejos, una multitud de cabecitas oscuras, llenas de prisa, de teléfonos y de urgencias de última hora. Al final, entre el barullo de gente, la música se hace un hueco. La gente se arremolina alrededor de un cuarteto de cuerda, que llena de notas y aplausos la fría mañana de diciembre.
Un poco más adelante, al sol de Puerta Real, un gorila se mantiene en el aire. Llama la atención de los viandantes y de una lotera que me ofrece lotería del niño y exclama "¡Mira el goril-la, en presona!" El cómo se sujetará hace que las mentes de los niños que lo rodean echen humo.
Sigo avanzando. Otra mimo saluda a todos los niños, pide trabajo para ella y pan para su niño, sin borrar la amabilidad y la sonrisa de su cara. Los niños la saludan y los padres miran un poco hacia otro lado. Y, a lo lejos y vestida de blanco, Sierra Nevada me deslumbra, aun estando parapetado tras mis gafas de sol.
sábado, 24 de diciembre de 2011
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