sábado, 17 de marzo de 2012

El escaipe

Hace unas semanas engañaron a mi señor padre para poner Internet en casa. Hay que reconocer el mérito de la compañía que ha estado dando la tabarra de forma inmisericorde durante los últimos años hasta que, por fin, se ha salido con la suya. Desde aquí, mi más sincera enhorabuena.

Dadas las ciber-circunstancias, había que pensar en alternativas para amortizar un poco el Internet, y una de ellas es el escaipe. ¿Y qué es el escaipe? se preguntará usted, amable lector. Pues no es más que un pograma para poder llamar por el Internés sin necesidad de coger el teléfano, entendiendo coger por agarrar. No me pregunten ustedes cómo funciona, porque yo soy un hombre del campo, que ni entiendo ni sé de letras, y menos de neutrinos, pero funcionar, funciona. El caso es que, aparte de llamar por el Internet, se puede uno ver con su interlocutor, lo que sin duda es un gran avance de la ciencia pero también presenta sus inconvenientes.

Por ser sábado noche, y por haberme pasado toda la mañana en plan pornochacha dejando el piso como los chorros del oro, he inaugurado la ciber-conexión. Al principio, he experimentado algún problema técnico con el audio y el vídeo, pero se ha ido solventando sin mayor problema. Pero lo que parecía una llamada telefónica normal con vistas ha ido degenerando hasta convertirse en algo un poco surrealista.

En un determinado momento de la videollamada, me han pedido que les enseñe el piso. Y allá que me he cogido o agarrado mi portátil enseñando las estancias de mi casa. Que si mira la cama que grande es, que si mira el armario que cabe un señor dentro, que si mira el baño, que si mira que poyo que tiene la cocina, que si mira el despacho, que si mira el congelador en la entrada... La conclusión es que mi piso es enorme. He estado a punto de decir que era lo mismo que dijo la última persona que vio mi piso, pero para evitar mayores explicaciones he vuelto a la incomodidad del sillón de mi salón y me he sentado.

El problema de escaipe es que te tienes que dedicar en cuerpo y alma y atender a tu interlocutor. Con el teléfono de toda la vida, puedes estar haciendo miles de cosas mientras tu interlocutor habla y haces como que le escuchas. Con el escaipe tienes que estar ahí, atendiendo, con carita de niño bueno mientras das las típicas y tópicas explicaciones sobre la temperatura o lo que has hecho durante el día. Y menos mal que no me preguntan que en qué estoy pensado... La cuestión es que, como te ven la cara, la mentira tiene que ser tan convincente que hasta tú te la creas.

Otra cuestión es el hecho de que, a los seres humanos, nos chiflan las cámaras y las novedades. Y si juntas las dos cosas la histeria se apodera de nosotros. Al final de la llamada estaba toda la familia congregada, gato incluido, delante del portátil, cada uno en una esquina en plan vídeo pop de los 80. Hasta mi padre se ha acercado, y eso que normalmente le da todo un poco bastante igual.

Cosa que tiene mucho mérito, pues es noche de copla y la retante está acechando.

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