lunes, 26 de diciembre de 2011

Cuento de Navidad

Me desperté abrazado a ella, con un terrible dolor de cabeza y con el regusto a alcohol del malo que te ponen en ese tipo de fiestas, a las que hay que ir aunque no se tenga gana.

Mi primera idea fue levantarme a tapar el rayo de sol que estaba a punto de rasgarme el ojo, pero entonces mi mente se puso a recordar. Recordé tu mirada cómplice un par de días antes, cuando me prometías algo que yo no estaba seguro de querer, pero que por mi tradicional comodidad tampoco rehusé. Recordé el mensaje con la cita, la hora y el sitio, que respondí con un lacónico pero efectivo "ok". Recuerdo no encontrar taxi camino de tu casa y llegar tarde. Curiosamente no te importó, creo que por primera vez desde que nos conocemos.

La cena transcurrió sin incidentes dignos de mención, cada uno en una esquina, sin hacernos caso pero sin perdernos de vista, vigilando cada uno de nuestros predecibles movimientos, sabiendo de antemano que tu pedirías vino y yo cerveza. Ni siquiera te importó que la camarera me merodeara más de lo que aconsejan las relaciones cliente-restaurador. Desde ese momento pensé en dejar de creerte. Y casi lo consigo.

Tras la tradicional confusión con el cambio, el variopinto y homogéneo grupo se deslizó hacia el lugar de moda. Con nuestra entrada en la boca, como perrillos llevando el collar con el que desean ser paseados, fuimos entrando uno a uno en el local. No había demasiada gente, pero a pesar de ello la música atronaba. Pasé mis primeros instantes meditando sobre en ello y en qué beber para no quedar demasiado mal ni tampoco pasar por un snob. Justo cuando iba a pedir, te acercaste y pediste justo lo que quería. Me acercaste la copa y te fuiste a la pista a bailar, sin dejar de mirarme con cada uno de tus lujuriosos movimientos de cadera. Decidí sentarme con un señor borracho con una conversación de lo más entretenida, tramando una estrategia para salir de allí. Aquello se empezaba a llenar de gente de forma peligrosa.

Algo debí hacer mal, porque el señor borracho se hartó de mi conversación y pidió amablemente un taxi. Pensé en acompañarlo, pero hubiera sido una crueldad por mi parte. En ese momento apareciste otra vez y me pediste que te acompañara fuera. Camino de la puerta sentí todas las miradas del local clavarse en mí mientras tu sonreías de forma burlona.

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