sábado, 30 de noviembre de 2013
El Carmen de los Mártires
A lo lejos veo el Carmen. La puerta entreabierta y la hora me disuaden de acercarme más, pero el hecho de estar ya allí me impulsa al menos a comprobar el horario de apertura. Mis miedos y prudencias se desvanecen al comprobar que puedo entrar sin que me dejen encerrado, cosa que es uno de mis mayores miedos.
Nunca jamás entre, o al menos no lo recuerdo, en el edificio. Pero los jardines ya justifican una subida. Lo que siempre me llamó más la atención de este sitio eran las fuentes y los animales, vagando libremente por ahí. En especial, los pavos. También había patos, pero ellos estaban en el estanque.
Vagué un poco por el jardín que está a la altura de la puerta. En el lateral hay una especie de gruta. Hoy, fiesta, hay un pintor. Y una pareja prueba a hacerse fotos en la gruta. Como cortesía mutua nos interrumpimos en nuestro ceremonial fotográfico. Mientras yo sigo con el estanque, y el pintor a lo suyo, decido seguirlos y redescubro otro jardín con fuente, gigante, blanca, rodeada de palmeras. De repente vuelven a mí recuerdos de ir con la mano sujeta a mi tío, dejando que me contara una y otra vez aquellas historias que me parecían nuevas cada vez, pero que sabía de memoria y que tanto disfrutaba al oírlas.
Subí por unas escaleras en busca del estanque, y me encontré con los pavos, algo mermados en sus posibilidades paveantes, pues el macho tenía la cola de invierno, en la que las plumas habían ido cayendo como pétalos dando una imagen bastante cercana al observador. Pude hacerles fotos a placer pero siempre, al oír el click, cambiaban la pose. Quizá a mala leche. Una niña, con sus abuelos, los alimentaba a base de pan con muy buena pinta. Y es que la hora ya empezaba a trasladarse al estómago. Y me encaminé hacia el lago, que me pareció gigantesco, con su isla y su torre y su puente para llegar a ella. Y había tan sólo tres patos, haciendo cua cua. Como Dios manda.
Lo circunvalé. Siempre le decía a mi tío lo que me gustaría tener en nuestro huerto un estanque, o un río, con un puente para poder pasar. Un puente en el que pararse. Y posar algún barco de papel, o una hoja seca, y contemplar como se aleja camino de su destino, sin que nunca se vuelva a saber nada de él, pero con la certeza de que nunca volverá.
Bajé de nuevo donde los pavos. Les hice alguna foto más, y a una fuente gigante con su surtidor enmedio. Granada a mis pies, de nuevo. Es hora ya de descender.
viernes, 29 de noviembre de 2013
Pues eso
Que entre mi innata habilidad para el afeite y la gran calidad y agilidad de las cuchillas... Claro que la barba es mía y me la afeito como quiero.
Los que no comemos pavo ni tampoco damos gracias
Como estará la cosa que ya ni el Banco de Alimentos me pide que colabore.
jueves, 28 de noviembre de 2013
Jueves
Y esa extraña sensación de no aprender la lección, quedarse siempre en el mismo punto, como atrapado en un bucle del cual ni puedo, ni quiero, ni sé salir.
miércoles, 27 de noviembre de 2013
On the run
Frío, pero menos que ayer. Aunque hoy ha hecho como si lloviera.
o-o-o-o-o
Miedos y dudas.
o-o-o-o-o
Hoy quedó claro que los hombres, por el hecho de serlo, somos malos. Me alegro. A ver si así nos dejan en paz.
lunes, 25 de noviembre de 2013
La crisis de la fregona
En esos momentos no sabes qué hacer. Estas cosas se rompen cuando menos te lo esperas y ya no estamos acostumbrados a eso. Ahora hay programas que te dicen, por ejemplo, cuando se te van a acabar los megas y tu te despreocupas y vives alegremente sin darte cuenta de que no todo funciona así. Todavía, creo, no hay fregonas que te avisen de que has llegado al 80% de estrujones admitidos por la misma. Así que no me quedaba otra que, si quería acabar con la limpieza de la casa, ir a por otra fregona. Intenté sustituir el palo por otro que tenía en casa, pero vi que era para otro sistema operativo, digo, para otro tipo de marca concreta.
Total, que me vestí con mis más deportivas galas, cogí el palo recién fallecido y me puse en camino para una nueva tienda de corte asiático que han abierto en la localidad que me da de comer. Así, de camino, la veía antes de que los augurios sobre su futuro se cumplan. Y es que no hay mal que por bien no venga ni tampoco se cierran puertas sin que se abra alguna ventana.
Entré en la tienda, en la que se arremolinaba gente esperando. Es como en las ciudades, que la gente queda en el cortinglés o en Correos. Saludé a un padre y a su hijo, antiguo alumno, y me adentré en las profundidades de productos y servicios que el gigante asiático me ofrece a apenas cien metros de mi casa. Comencé despistado, pero enseguida los tupervares me llamaron la atención. ¡Qué gran surtido! Buscaba uno de esos que se ponen en el microondas, con agujeros, para que no manche lo que calientes, pero no los encontré. Así que, decepcionado, me fui donde las fregonas. Había gran variedad de palos, de todos los tamaños, colores y calidades. Al final uno, que es un clásico, se ha decidido por el de color plata, desprovisto de ornamentos. El eficiente y elegante palo de fregona de toda la vida. Por si las moscas, me compré un mocho compañero, para lo que requerí el asesoramiento de la comercial de la tienda, que me indicó la plena compatibilidad del mocho con el palo que me disponía a adquirir. Satisfecho, decidí dar una vuelta por la tienda, buscando un teléfono de sobremesa que no encontré. Pero sí un atomizador para el grifo de la cocina, que últimamente está de lo más caprichoso y ha dejado de entenderse con el calentador.
Mientras callejeaba buscando más gangas, un señor de acento levantino reclamó mi atención. Buscaba arandelas para atornillar la esparraguera y así, fijar el váter. Literal. Según parece, no había buena comunicación entre el señor chino y él y, para ser sinceros, tampoco la había conmigo, pues no me estaba enterando de nada. El hombre le echaba la culpa al pobre chaval y yo, que sin comerlo ni beberlo me estaba metiendo en una situación de lo más absurda en la que cada vez me costaba más aguantarme la risa, me puse a maquinar un plan para salir de allí como fuera. El dependiente, con el tesón propio de los orientales, no paraba de dar artículos a su exigente cliente y, en una de esas, me zafé de los dos y seguí dando vueltas por el bazar, en busca de un posavasos para los poleos nocturnos que, desgraciadamente, no encontré.
Tocaba ir a la caja. Allí, de nuevo, me encontré con el señor de los espárragos. También con las típicas clientas que, hasta cuando están pagando, marean al dependiente. Por lo visto hoy tocaba, por cualquier compra, meter mano en el cesto de "mandalinas" que tenían en la puerta, pero lo que no quedaba demasiado claro es qué cantidad de "mandalinas" era la adecuada en función de la compra. Mientras, el señor de los espárragos probaba un brasero, lo que derivó en una conversación entre el cajero y el dependiente de la que solo entendí claramente la palabra "megavatio". Al final, la venta tuvo éxito y el señor de los espárragos completó su compra con el pequeño electrodoméstico en cuestión.
Pagué. El cajero insistía en darme una bolsa para llevar el palo y las "mandalinas", pero he de reconocer que no estaba por la labor. A fin de cuentas, el importe de mis compras ascendía a 3.65 €, pero tal fue su insistencia que cogí dos. Y, feliz, me fui a casa a seguir con el fregoteo. Les hablaría del nuevo kit de fregona y palo pero eso ya quedará para otro día. U otra entrada.
domingo, 24 de noviembre de 2013
Domingo
Cumpliendo con las dulces tradiciones.
o-o-o-o-o
Sol que acaricia, pero no quema. Ni siquiera calienta.
sábado, 23 de noviembre de 2013
Sábado
Hace frío. Ni con el brasero entra uno en calor, ni siquiera poniendo los pies encima.
o-o-o-o-o
Se hace raro esperar la cena en el sillón en el que, no hace mucho, mi padre veía las noticias. Es curioso, pero desde que él falta, se oye arrancar la calefacción.
o-o-o-o-o
Salí esta mañana. Bajé a pagar unas chirimoyas erróneas que, al final, quedaron a deber hasta que las autoridades se pronuncien definitivamente. Compré perchas, de esas adhesivas, para detrás de las puertas. Y varias cosas de intendencia. Y, de camino a casa, manifa. Ya de tanto protestar ni presta uno atención.
jueves, 21 de noviembre de 2013
miércoles, 20 de noviembre de 2013
martes, 19 de noviembre de 2013
Así pasó el día
Frío, pero menos. Inventos con la WiFi. Adaptaciones curriculares futuras, a sugerencia de los expertos. Y poco más.
lunes, 18 de noviembre de 2013
No tan microcuento
De repente, se despertó. Entreabrió los ojos y, al ver tanta luz, creyó que se había quedado dormido y no había ido a trabajar. Luego se acordó de que sí que había ido a trabajar, que era por la tarde. Y se sintió tan orgulloso que volvió a dormirse, no antes de decidir que dejaría de endulzar el té con aquella sacarina tan extraña.
domingo, 17 de noviembre de 2013
Domingos como los de antes
Lamiendo heridas
o-o-o-o-o
Tengo lapsos espacio-temporales. Por no hablar de que hablo solo.
o-o-o-o-o
No me gustan los actos sociales en los que desconozco un número finito de personas. En los otros me apaño, aunque tampoco me entusiasman. Sí hay algo de mi que me guste y me moleste a la vez es mi capacidad de sentirme solo estando rodeado de gente.
o-o-o-o-o
Ni me deja de doler la garganta ni me acabo de resfriar.
o-o-o-o-o
Y, a pesar de tanto tiempo, sigo estando en forma.
sábado, 16 de noviembre de 2013
viernes, 15 de noviembre de 2013
Viernes tarde
o-o-o-o-o
Por ser viernes y, además, tener un pinchazo en la garganta he decidido darme un gusto. Me he comprado una copa de esas de chocolate. Ante la ausencia de las que estaba buscando me he visto en la necesidad de elegir otras. Las de marca marca, más apetitosas, tenían una fecha de caducidad relativamente reciente. Y las de marca blanca, una fecha más acorde con la forma de consumo prevista para el producto. Lamentablemente, venían en packs de 4, lo cual es algo que me echaba para atrás, ya que tampoco es cuestión de darse tantos gustos, que somos pecadores y venimos a esta vida a sufrir para ganarnos el cielo, lo cual ha hecho que me replantee la moralidad de comerme esta noche tal manjar. Afortunadamente descubrí algunas que se vendían individualmente, pero su aspecto no era muy apetitoso. Así que al final me decidí por las de marca blanca, que caducan más tarde, son más baratas y el pecado, imagino, será más reducido.
o-o-o-o-o
Me invade una cierta sensación de melancolía, que no se a qué atribuir. Y me duelen los brazos, y tampoco sé de qué.
jueves, 14 de noviembre de 2013
Jueves
miércoles, 13 de noviembre de 2013
MIércoles
Y, además, ha empezado a llover.
Ahora que me doy cuenta, el cambio de la bombilla de toda la vida por la de bajo consumo de oferta, un euro me costó en esos baratillos que hacen a veces las grandes superficies, da un toque más mortecino a la habitación. Quizá sea el invierno. O que el ahorro se tiene que notar en algún sitio. Incluso en el ánimo.
martes, 12 de noviembre de 2013
lunes, 11 de noviembre de 2013
domingo, 10 de noviembre de 2013
Aeropuertos
No he comido. Entre tener que comer y salir pitando con el bocado en la boca y tener que salir pitando con el bocado en la boca he elegido la segunda opción que, en principio, presenta la ventaja de que no tengo que hacer la comida. Hay que espabilarse, que si no, se lo comen a uno.
Eso incluye lo de la jugada de los números de teléfono. Reconozco que ha sido ingeniosa, pero no me tomes el pelo más de lo que yo te deje.
El avión llega a tiempo. Dos minutos antes, parece. De todas formas, hasta las cinco no como. Al lado se me han aposentado unos ingleses que comen pipas. A ver cuando una ley como la del tabaco. Para eso para la gente que hace ruído en los aeropuertos.
Casi sin darme cuenta el avión ha llegado, pero sin los dos minutos de adelanto. Ahora toca el tiempo de descuento, que es la espera y reencuentro con la maleta, momento emocionante donde los haiga. Me iré a la puerta, pues. Prepararé la lágrima.
sábado, 9 de noviembre de 2013
La Alhambra
viernes, 8 de noviembre de 2013
Viernes
En principio uno se cree feliz. Pero la felicidad es algo efímero, como el agua entre las manos. Y los detalles menos buenos o desagradables comienzan a surgir, primero como pintas verdes en el renacido suelo tras las primeras lluvias del otoño. Y, luego, como la mala hierba que crece y que puedes arrancar si quieres, pero que deja su semilla por mucho tiempo.
Surgen los porqués, como ese jardinero que no sabe por donde empezar. Hasta que, al final, comprende cuál es la única solución y la aplica. Arrasa y escuece. Pero cura.
Y entonces uno recuerda el antes. Y el antes del antes. De toda esta crisis que ya va para el año y que ya hay que dejar atrás sea como sea. Porque lo malo ya pasó y ya vendrá de nuevo cuando le toque.
jueves, 7 de noviembre de 2013
Dos dias
Ayer, hazte doscientos kilómetros para que pasen de ti. Hoy, charla impactante y libro de vacas acabado. Ya, felizmente en el himalaya.
La vida comienza a tener sentido de nuevo.
lunes, 4 de noviembre de 2013
El bosque de la Alhambra
Algo menos de bullicio en donde las entradas. Sería quizá por la hora. Y ningún autobús de turistas cargando o descargado. El mismo vendedor de los parasoles, usando su cabeza como escaparate. Llegué hasta la barrera que custodia la entrada al recinto alhambreño. No hace mucho se podía pasar por ahí, siempre que conocieras el camino adecuado. Y, además, en un momento se llegaba a casa. Unos turistas franceses llegan en su coche. Quieren entrar hasta el parador. El guardia les indica, pero llama por radio a su compañero, porque no se fía de la pericia del conductor. Tras apuntar la matrícula, les abre la barrera. Los taxistas tienen más suerte, tienen apertura automática tras reconocer la placa.
A pesar de haber acera decido ir por donde los coches. Quiero ver amarillo en las hojas, pero me tengo que conformar con un verde algo mustio. No se puede tener luz y color. Hay que elegir. Quedan a la derecha viejos hoteles abandonados, algunos edificios que ya no se usan. Se deberían cuidar esos detalles en un sitio como este.
A pesar de la época del año, apenas hace calor. Incluso aquí, donde siempre hace algo más de fresco. La rebeca de hilo está en su punto justo. Abriga, pero sin molestar.
Tomo el desvío de la izquierda, en donde está la cascada, y entro por la puerta de los coches que, si bien es la menos espectacular, sí es la más práctica. Además, siempre hay que ir de menos a mas
domingo, 3 de noviembre de 2013
El cementerio II
Sigo camino del jardín de las cenizas. Allí está mi tío. Bueno, solo una placa, porque la urna y sus cenizas ya formarán parte de un árbol. Justo lo que hubiera querido. Me doy cuenta de que, de lo alto de los bloque de los nichos cuelgan cuerdas de seguridad. Familias enteras miran mientras los empleados limpian las tumbas y suben las flores. Gente, mucha gente.
Llego a mi destino. Rezo de nuevo. Veo que han puesto un mirador, el del agua. Lo que me gusta del cementerio es la gran cantidad de rincones agradables que hay. Es, aunque resulte raro, acogedor. Veo la ciudad a mis pies, desperezándose poco a poco en un día festivo. La bruma de la contaminación empieza a destacarse sobre el vivo azul de la mañana de noviembre. A pesar de las hermosas vistas de la sierra, decido no verlas. Y bajo, por entre las tumbas de las congregaciones religiosas, buscando la ruta de salida.
Bajo, como es costumbre, por el lateral derecho. Sigue el bullicio de gente que entra. Un par de amigas, curiosas, ven el espectáculo. Yo soy, a la vez, espectador y participante.
La animación sigue en la puerta. El autobús maniobra para poder salir, entre el río de coches que hay en la puerta. Los árboles ya tienen el amarillo del otoño que se resiste a llegar.
El cementerio
Hay un señor en la máquina que expide los tickets del parking. Hay coches por todas partes. Algunos son de turistas. Otros, de nativos que suben al cementerio. Pienso que elegí mal día para subir a recordar a mis muertos. Curiosamente, tengo más vínculos con el más allá que con el más acá. Eso debería hacerme pensar.
Riadas de gente que bajan. He superado el último paso de peatones antes de entrar en la manzana del cementerio. El agente municipal, al que si silbato hace gallos, apenas me hizo esperar. La gente baja en sus conversaciones. Una señora alecciona a su hijo: hay que dar limosna a los pobres de aquí, no a los foráneos. Lo dice en alusión a un chico negro que pide más arriba. Forma parte de una colección que, estratégicamente, cubre las calles de la ciudad. Todos con el mismo vaso. Todos con el mismo timbre de voz. Sigo esos pensamientos cuando un señor, con escalera en mano derecha y móvil en izquierda habla sobre un conocido, interesándose por el tipo de condena que cumple en la cárcel.
La entrada al cementerio parece un centro comercial. Los puestos de flores rebosan mercancía y clientes, en una cola perfectamente formada para lo que suele ser la tierra. Gente que pide, que vende cupones. Una animación impropia del lugar pero entendible por la fecha. Mi arrepentimiento por haber subido crece.
Como el pasillo central parece una romería, decido dar una vuelta por el lateral de los primeros patios, más libres de gente. Además, son impresionantes. Aunque la muerte nos iguale, hay quien se empeña en que su paso al más allá conste de más metros cuadrados. Hay que dejar constancia de que hubo clase. O, al menos, dinero. Bien es cierto que hay monumentos realmente impresionantes, pero otros son de un gusto un poco, digamos, dudoso. No sé si se trataría de un último esfuerzo, por parte de la familia, por revivir al finado.
Veo de lejos al Señor del Cementerio. En verano, cuando subía, apenas había gente y puedes parar a verlo. Pero hoy el motivo de mi visita es otro. Vuelvo al pasillo central. Paso por los jardines de los columbarios, donde las fuentes de agua mansa que apenas ahogan el ruido de los motores. Pienso que ahí pude haber descansado, pero al final elegimos la seguridad del ser gregario. Me acerco a mi columbario, en la pared. La m del nombre no ha quedado muy allá, pero es lo de menos. Siguen las mismas flores, pero con frescor distinto. Quizá debí haber comprado alguna, pero las contrahechas son horribles y dudo que me vendieran tres claveles. Son muy estrictos en la decoración en esa zona.
Rezo. Me emociono.
sábado, 2 de noviembre de 2013
Todos los Santos
Salí de casa abrigado, demasiado, camino de la Cuesta de los Chinos. No recordaba lo dura que es esa subida, a pesar de que nada más cruzar el puente y doblar la esquina ya se divisa la Torre de Comares. Mañana de cielo azul, sin apenas nubes. El Darro nos proporcionaba frescor, pero sólo mientras cruzas el puente. Unos señores mayores, un matrimonio que pasea, comenta que era antes por ahí por donde subían a los difuntos.
La cuesta fue restaurada hace poco. Así lo atestiguan los carteles que la adornan. Recuerdo la última vez que subí, años atrás, y me esfuerzo por encontrar las diferencias. Precisamente, aquella mañana salían las notas de las oposiciones.
Al poco de abandonar la pared, llego a donde el agua comienza a cantar, en el lateral de la Alhambra. Hay una gran cascada, de la que se surte toda la acequia que va al Darro, un poco más arriba de donde se encuentra el acceso secreto al Generalife, aquél que usaba el rey moro para entrar en él. Un gran tapiz de hojas rojas, rojo otoño, en la pared opuesta.