Hoy, ya ha pasado todo. Ha sucedido todo demasiado rápido. Y, en cierto modo, la incredulidad no era del todo real. Porque todos tenemos nuestro tiempo contado.
He vuelto a la casa. Esa casa que siempre estuvo llena de señores mayores y gatos. Esa casa donde un día perdí parte de mi inocencia y donde me mataron mi ilusión. Y es que de tanto chocar contra un muro uno acaba sabiéndose perdedor.
El cuarto de estar estaba tal y como quedó antes de que saliera de casa, en su habitual y concienzudo desorden y sin gato. Bajé por las herramientas y al huerto y a veces me sobresaltaba el recuerdo. Los sonidos. Pero estaba solo. En la inmensidad de una casa vieja y achacosa.
Decidí dejar la luz de la escalera encendida. Luego volvería mi hermana a revisar a los gatos. Y volví de nuevo al cuarto de estar, que permanecía en el mismo desorden y, de nuevo, sin gato.
Y me sigue pareciendo increíble que ya hayan muerto todos.
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