viernes, 23 de mayo de 2014

Tentaciones inmobiliarias II

Hubo un tiempo, lejano o cercano según se mire, pero indeleble en mi memoria, en el que el sentido patriótico se apoderó de mi y en el que estuve en un tris de casarme con un banco, como todo buen españolito medio. El caso es que me pertreché de una amiga y nos pusimos a recorrer toda la oferta inmobiliaria de la comarca. Animado por mi condena voluntaria a la comarca donde desasno, intenté cambiar alquiler por hipoteca. Y no lo conseguí. La burbuja había estallado, pero los constructores no se habían enterado. ¡Y mira que les tiraba indirectas!

Bueno, pues pasó el tiempo y ahora las ofertas salen como las setas. Unas setas muy raras, pues estamos en verano, pero setas a fin de cuentas. Ya se me escapó una y ahora me hacen otra.

He de admitir que tengo muchas ganas de tener un conjunto de ladrillos, losetas y sanitarios que pueda llamar míos, aunque en realidad sean del banco. Paredes donde pueda colgar mis fotos a tamaño entre un poquito grande y ligeramente descomunal. Un rincón donde colocar la lámpara del Ikea y un recibidor donde poner la zapatera de 20 euros. Traerme todos los foeles del sótano de mi casa y, con ellos, conformar un modesto pero coqueto hogar donde pasar las insulsas tardes de 10 meses del año. Pero, claro. Al cabo de los años me tendría que deshacer de él, bien vía alquiler o venta. O también existe la nada desdeñable posibilidad de comérmelo, con patatas de guarnición.

Analizando las cosas en frío, he de decir que la situación personal ya no es la misma. La condena permanece, amenizada con el hecho de que levantarse para ir a trabajar es prepararse para la batalla diaria, y no precisamente por la materia prima, a la que la guerra se le supone. A ello únanle factores familiares y obtendrán un cóctel explosivo. Pero que hay que sobrellevar.

Y, aunque el alquiler sea dinero perdido, he descubierto que me aporta tranquilidad. ¿Que se me rompe la cisterna? Pues llamo a mi suegra y antes de que cuelgue el móvil ya tengo aquí al fontanero. ¿Que me hace falta un congelador-recibidor? Pues ya he estrenado dos. ¿Que la tele se me queda pequeña pero lo sufro en silencio? Pues otra más grande, y de tubo, que es como me gustan. Menos inteligencia y más culo. Tele a lo Botero.

Y como tranquilidad es lo que necesito, pues que paso total de complicarme.

O, al menos, eso creo.

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