Verano raro este. Planificas unas cosas y luego te salen otras. Y encima con estrés por no cumplir la programación.
Una de las cosas que tengo pendientes es la dada de baja de recibos y suministros, propios y ajenos. Especialmente los ajenos, que son los que necesitan de una partida de defunción para completarse.
Primero, el gas. Hablas por teléfono, te informas y te mandan a un distribuidor. Curiosamente, en la otra punta de la ciudad y sin transporte público decente que te lleve. Así que allá que va uno, haciendo senderismo urbano, con toda la documentación necesaria. Firmas, fotocopias, pésames y un ya te llamaremos para dar quitar el contador.
Luego, el teléfono. Nos han mareado un poco a llamadas y a faxes y nos han pedido, casi suplicado, que si no le queríamos regalar la línea a alguien. Como regalo es una cosa bastante original, que no te cuesta dinero porque las cuotas las paga el regalado y encima es más práctico que el típico bolígrafo o la típica camisa de manga corta que te regalan cuando nadie sabe qué regalarte.
Hoy ha tocado el agua. He salido tarde, lo que ha avivado en mí aquello de que "al que madruga, Dios le ayuda" He llegado a la sede de la compañía del agua, en la calle Molinos. Parece que no está lejos pero tiene un trecho andando. He llegado y se me han cumplido mis peores pronósticos. Al subir la empinada escalera me he encontrado dos salas, una a la derecha y otra a la izquierda. En el medio, la garita del señor de seguridad y una expendedora de tickets que, junto con un "Su Turno", son dos de los objetos que más deseo y que, sin duda, pondría en mi lista de bodas.
Para amenizar la espera, el programa de las mañanas de la 1, en el que en ese momento previo a la gimnasia se habla de salud, y una fuente de agua fresca, imprescindible donde estaba.
Me siento y, al lado, bulle una señora de esas que van a estos sitios a echar la mañana. Busca un baño, pero sin levantarse, con lo que la presumible emergencia no lo es tanto. Otro señor maldice las tres visitas que le está costando dar de baja el agua. Me temo lo peor, así que me enchufo los cascos. Mi geronto-acompañante parece que no está por la labor y me pregunta por el retraso en su número. Le digo que no se apure, que ya saldrá, pero no parece muy convencida. Ni tampoco del guardia de seguridad, que le dice lo mismo que yo.
Los números van saliendo con una lógica aplastante: 846, 847, 228, 65, 66, 848, 229... Hasta que llegó mi querido 72, que me llevó a una señora y su aprendiza vacacional. Ambas quedaron sorprendidas por la completitud de la documentación aportada y, mascullando no se qué de una fianza y no se qué de que el contrato era del año 60, me plasmaron la baja. Firmé y salí de allí tan eufórico que, sin tener ni siquiera el último recibo, me fui a dar de baja la luz.
Pero ahí la cosa no salió tan bien. Había tal gentío que entré por una puerta, ví, y me salí por la otra.
Ahora sé qué sienten los toreros.
lunes, 4 de agosto de 2014
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