Hacía ya dos días que lo oí por primera vez, y hasta me pareció verlo, piar por entre las ramas de la higuera, por cierto un poco retrasada con su fruto. "Otro volantón" -pensé-"perdido del nido donde rompió el cascarón". Pero, seducido por el verano, me sumergí en mi barreñillo.
Ayer lo oí de nuevo, pero por casa del vecino. Y, al abrir la piscina, apareció volando directo a ella, pero sus torpes alas lo llevaron a distintos sitios, hasta que se posó en el membrillo, piando sin abrir el pico.
Nicolás lo oyó, pues vino con una dosis de diligencia y otra de instinto cazador, no se si inducido por el gorrioncillo o por mi. Se situó debajo de la rama, mirando hacia arriba, con interés pero sin querer actuar. El pájaro debió notarlo, pues no parecía nervioso. "Gatos a mi" - debió pensar.
Imaginó entonces, preso de su fingido interés, en subirse a la silla y, de ahí, intentar el ataque de alguna manera, porque en la ESO de los gatos ya no les enseñan a trepar árboles. Y ahí fue cuando pedí ayuda, que vino en forma de loncha de pechuga de pavo Hacendado. Se fue en brazos, pataleando, quizá haciendo el papel.
Ahora tocaba rescatar al pájaro, o más bien desrescatarlo, pues pensé en que la higuera le seguiría dando refugio y comida. Y, tras un regate que no me hace temer por su vida, lo acabé encaramando a la rama más alta disponible sin necesidad de escalera.
Y cayó la noche. Y, con ella, su silencio.
sábado, 30 de julio de 2016
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