miércoles, 4 de enero de 2012

A domicilio

Estaba en la cocina, preparando un piscolabis cuando sonó la puerta. Un tanto contrariado y con bastante desgana me dirigí a la puerta para abrirla y allí estaba ella. Tan alta, tan guapa, con su pelo rubio sin ser rubio y con sus ojos marrones. Con su uniforme azul impoluto y sus labios rojo ocre. Y su lector en la mano.

- ¡Hola! Vengo a ver el contador del agua.

Casi me atraganto con el trozo de queso que tenía en la boca al responderle. Gentilmente le di a la luz, pero como es una bombilla de esas de bajo consumo el gesto de caballerosidad casí que pasaría desapercibido. Por eso retiré los abrigos de la percha, que parecían molestar.

- No te preocupes, tengo una linterna. Por cierto, disculpa si te he pillado comiendo.

- Es un pequeño aperitivo mientras estoy preparando la comida.

- Bueno. ¡Ya está! Muchas gracias y hasta el mes que viene, aunque no estarás. Me ha alegrado verte. ¡Hasta luego!

Y allí me quedé, en la puerta abierta, junto al contador del agua, paladeando el último trozo de queso que ella me dejó en la boca.

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