Por fin se ha puesto a llover. Y es que no tiene mucho sentido que se nuble el cielo por placer. Quizá es esa idea que tenemos en el sur de que en el cielo debe reinar el sol, si acaso con alguna nube que de un efecto fotográfico a la cuestión.
Me di cuenta porque algunas gotas mojaban la parte baja del cristal que da al ojo de patio. Como pequeños trocitos de esferas, transparentes, que a modo de lupa y conjuntamente cambian el ojo de patio, tan vulgar pero tan necesario.
Así que dejé la guitarra y salí al balcón del salón. La niebla no dejaba ver nada más allá de la piedra que nos separa del pueblo vecino. Y pensé que hace seis años y un día también hizo el mismo día, cuando tuve que salir corriendo a Granada.
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