domingo, 9 de noviembre de 2014

Volver a volver II

Este año he vuelto a ser estudiante. Nunca me gusta perder la perspectiva de ser estudiante, sobre todo cuando se da clase. Hay que empatizar en la medida de lo posible. O de lo adecuado.

Y todo se debe a mi falta de palabra. De aquellos sitios de los que salí haciendo fu como el gato son aquellos a los que he vuelto. Por placer, por puntos o, principalmente, por no pensar. Que es justamente lo que necesito ahora. Lo que creo que necesitamos todos.

El caso es que aparqué el coche cerca del iemath, rimbombante nombre para tan escondido edificio, guardado por un ausente perro con caseta. La entrada al edificio, oscura. La manía de los edificios inteligentes que se iluminan conforme vas entrando. Y el deseo, firme, de no encontrar el aula, a pesar de haber llegado tarde. Dejar pasar el tiempo para no afrontar que, por decisión propia, volvía a esas aulas y a esos profesores, ya lejanos en algún caso e imposibles en otros.

Y toqué con los nudillos en la puerta de la segunda planta, accediendo a un aula impoluta, de blanco inmaculado o de blanco detergente, más bien. Con una pizarra digital relegada a un lateral, sin desplegar, y con una pizarra de tiza que ocupaba toda la pared, de esas dobles que subían y bajaban, como en las películas de matemáticos americanos famosos. Y mientras las cosas del pasado volvían a mis oídos, una sonrisa se dibujaba en mi corazón.

Otra cosa es como acabemos, justo como en aquellos años.

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