Llegamos a la plaza del general Weyler. Mientras hacían gestiones turísticas de última hora, sentí necesidad, espoleada por la presencia del cubículo mingitorio. Mi habitual recelo hacia lo nuevo no pudo, en esta ocasión, con la llamada de la naturaleza, así que me decidí a atacar.
Pulsé el sugerente botón rojo y la puerta se abrió, pasando el cartulito de verde esperanza a rojo fuego, más bien rojo urgencia, pero la idea creo que quedaría muy repetida, así que mejor rojo fuego.
Penetre dentro, que no en, del cubículo y lo encontré todo muy limpio. Me dirigí hacia la taza, metálica pero acogedora y comencé la micción, cámara reflex en ristre. Es algo que recomiendo, hacer pis con algo colgado del cuello.
Lo mejor de todo es que una voz femenina, pero también metálica, comenzó a guiarme en el uso del cubículo. Me dijo que tenía 15 minutos para mis cosas, no creo haber tardado más nunca, y el orden de los productos de higiene en el lavabo, a saber, agua, jabón y agua. Acto seguido, me puso una música de jazz y los minutos empezaron a contar.
Desgraciadamente, poco pude disfrutar la música, porque acabé la faena y salí del cubículo creo que, si no más contento, sí más aliviado.
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