Madrugón. No se por qué los despertadores de los hoteles son tan impersonales. Será por lo del low cost. Recuerdo que antes un señor te hablaba.
La llegada a la estación fue casi inmediata. No hacía frío, pero tampoco calor. El SAMUR y la Policía iluminaban Atocha.
Afortunadamente, la cafetería estaba abierta. Un señor estaba sentado en una mesa, con pinta de ser compañero de excursión. Mirada furtiva. Café con leche y croissant.
La gente empieza a llegar. Hay una cinta que te obliga a pasar por la cafetería, pero nadie pide nada. Mis compañeros empiezan a llegar. Recuerdo aquello de las primeras impresiones. Hace sobre doce horas que no hablo con otro ser humano.
Acomodados todos empieza el viaje. Miro, oigo y callo. Pero como apenas habla nadie, cambio el oír por el observar.
Paramos en Zaragoza. Podía haber sido un pueblo de Granada, debido a la gentileza y amabilidad en el trato. Quizá para no echar nada de menos. Allí se me presenta mi primera compañera, novata y perdida, como una versión en mayor de mi mismo.
Reconfortado por conocer a alguien, que para eso y para andar hemos venido, volvemos al autobús, con una película argentina. Toma del frasco.
Llegamos a Benabarre, donde el grupo de novatos se amplía al subir una cuesta. Llegamos al castillo. Y de vuelta al bus. Nos espera el hayedo. Y el túnel de Viella. Y el hotel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario