Llevaba tiempo sintiendo la llamada del infinito azul que rodea con sus brazos. Ese infinito que cambia de color, que se vuelve plata cuando el día languidece y deja paso a las luces de la noche. Al fin se decidió y paseó entre la gente, feliz, como quien se reencuentra con alguien que hace mucho tiempo que no ve, como los recuerdos que desaparecen en nuestra mente y, de repente, nos arrancan una sonrisa o una lágrima. Paró y miró al infinito, al infinito de color plata.
Se sentó en un banco para ver el reflejo del sol agonizando en el agua, que deja paso a las luces de la noche, a las estrellas del cielo, que nos miran curiosas, y a las de la tierra, que brillan ordenadamente como hormiguitas, alumbrándonos cuando nos apetece pasear. Se sintió feliz, feliz con tan poco en sus manos, tan solo viendo el ritual del sol morir y la noche nacer.
domingo, 17 de junio de 2012
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