viernes, 22 de junio de 2012

Los viernes de junio

Hoy me han preguntado si querría volver a los viernes de junio. Aquellos viernes de verano, de viaje en la alsina camino de Lanjarón, con aquel chófer con el pelo blanco y la lengua vivaracha, que lo mismo nos contaba los apuros de los ingenieros alemanes a la hora de resucitar autobuses que sus andanzas en su finca. Eran viajes de mesa camilla, en los que tan sólo faltaba el brasero, pues pareciera que todos nos conociéramos o fuéramos familia. Casi siempre iba llena aquella alsina, pues era la última, y más de una vez la gente iba de pie o se ponían más coches.

Recuerdo que esos viernes de junio eran especiales, por ser los primeros. Llegábamos a la casa, deshabitada tras todo el año, y nos poníamos a limpiar. Aunque, siendo pequeños, nos quitaban hábilmente de en medio para que el trabajo fuera más rápido y eficiente. La piscina solía ser la excusa perfecta.

Recuerdo llegar a la piscina cada año con la alegría de reencontrarse con una vieja amiga, y los nervios de no saber seguro si nos reconocerá. Sumergirse en el agua y sentir que el crudo inverno, con sus preocupaciones, trabajos y rutinas, se evaporaba como si tal cosa, como un mal sueño. Y ser libre con cada brazada, viendo como cada día el color de la piel cambiaba.

Aquellos días de junio eran sinónimo de fiesta, de agua y de jamón. Aunque, sorprendentemente, jamás participáramos de las mismas. Supongo que ciertos hechos de joven te marcan para siempre, y éstos debieron ser algunos de ellos. Mejor vivir tras un confortable cristal debió ser la moraleja.

Aquellos días de junio dejaron paso, años más tarde, a días de julio, cuando las responsabilidades fueron siendo mayores. Y, a día de hoy, han desaparecido. Tan solo son un recuerdo en la memoria al que se dedica una sonrisa nostálgica. Pero hoy me han preguntado si quisiera volver a ellos. Y no he sabido qué contestar.

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