Te cuesta dormir. Casi sientes las gotas de sudor nacer de tu espalda, como un manantial de agua y sales que buscan colonizar otros espacios. Al final, no sabes ni cómo te duernmes, y acabas despierto, dándote el primer rayo de sol en la cara, mucho antes de que el despertador te arranque de tus sueños.
Te vistes. Te aseas para nada, pues el café hierve tu cara y tu garganta, arrancando el poco fresco que queda en tu cuerpo, cansado sin remedio para todo el día.
Sujetar la tiza es un esfuerzo inhumano, pues se predica en el desierto, en un bosque de cuerpos cansados y agotados ya de antes de empezar el día. Pero hay que seguir, al menos seis horas más.
Lo único que me queda es el aire acondicionado a medio día. Y la siesta. Que, a veces, hasta me activa.
jueves, 7 de junio de 2012
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