miércoles, 14 de agosto de 2013

Alcatraz

Las vacaciones hay que aprovecharlas. Más que nada porque luego vuelve la rutina. ¡Y cómo ha vuelto!

Madrugón postvacacional. A las siete de la mañana la palmera estaba ya a punto de ser derribada, tras la actuación del picudo rojo, lenta pero constante, durante los últimos tiempos. No se si acordarme de su madre o darle las gracias. El futuro nos dirá.

Pero lo mejor de todo ha sido tener que poner un sistema que impidiera el paseo por los tejados del gato, del que estamos en espera de recibir un certificado en el que se nos haga oficial el hecho de que es tonto. Más que nada porque se va por los tejados y acaba en cocheras ajenas de las que no sabe volver.

Ayer fuimos a ver qué podíamos comprar para ello. Encontramos una tela metálica y muy bien aconsejados por el vendedor de la gran superficie donde fuimos nos trajimos todos los aperos y una manera de combinarlos.

Al principio pusimos las sujeciones. Con sus tacos y sus armellas. Cinco, colocadas cada 20 centímetros. Luego, las del otro lado. Sin mayor problema y aprovechando el despliegue que hubo que hacer para llevar el taladro a la otra punta del huerto. Luego, vinieron los problemas. Y eso que nada los presagiaba cuando empezamos a embridar la tela a las armellas.

Al empezar a desenrollar la tela vimos que se caía por el centro. Evidentemente quedaba horrible y por mucho que estiráramos se caía hacia un lado u otro, dependiendo de cómo soplara el viento. Un poco contrariado, decidí ir al taller en busca de alguna idea. Y la encontré en forma de listón de madera de apenas dos metros de largo.

Bajé de nuevo a la tapia y medí. Corté un listón de 110 centímetros y le clavé una puntilla. Evidentemente, al intentar clavarla en la pared se dobló. Y tuve que usar el taladro, o guarrito, denominación local del instrumento utilizado para la apertura de boquetes en la pared. Así que aproveché el agujero hecho en la madera por la puntilla, lo agrandé con una barrena, preparé el agujero en la pared, le puse su taco y le clavé una alcayata que encontré providencialmente en ese pequeño cajón desastre que tenía mi tío en su taller. Y ahora quedó la cosa mucho más tirante. Luego tuve que repetir la operación con otro listón más pequeño. Y así el armazón quedó listo y la tela metálica menos curvada de lo que estaba al principio.

Una vez instalada la primera capa, llegó el momento de la segunda, una tela marrón disuasoria. Desestimamos poner algún cartel disuasorio, más que nada porque el gato no lo iba a entender y, en el caso de hacerlo, lo ignoraría. Así que desplegamos la tela y dimos por finalizada la obra. No sin antes regocijarnos en el despliegue técnico y la solución a los contratiempos.

El caso es que uno se cree que ha hecho algo. Hasta que mira lo que han hecho los jardineros. Y, entonces, decide no presumir.

Lástima que la entrada ya esté hecha.


1 comentario:

  1. Después de leer su entrada, Kristian Pielhoff está temiendo por su puesto de trabajo.

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