Una gran cola de gente esperaba para entrar en los Palacios nazaríes. Ahora nos los racionan, pero no hace mucho aquí vivían forajidos y demás gente de mal vivir, dicho así en general y sin que se nos ofenda nadie. Como en el barrio de enfrente, antes nido de pobres y ahora parque temático a disposición de las perrerías de la actual corporación municipal, con su discreto alcalde a la cabeza. Me asomo entre las almenas a ver mi casa y tardé bastante. Pensaba que era más fácil de localizar, pero debo tener el gps un poco averiados. Lo que sí me llegan son los ecos de los tambores de la actuación de turno en el mirador de San Nicolás, un sitio al que no iba nadie hasta que a Clinton se le ocurrió recalar aquí.
Algunos gatos merodean entre la gente, en la plazoleta cercana a la Puerta del Vino. Han debido hacer unos aseos, porque hay cola. Y me viene a la memoria la foto de un primo, que vino a hacerse el reportaje aquí. Tiene una foto muy cuca con la mujer, todavía enfundada en su traje de novia y en su ilusión. Al menos eso suponía. Una señora argentina teledirige a su hija para un pequeño refrigerio. Discuten sobre las propiedades del Aquarius y la Coca Cola de cara al turismo. Hablo solo y, a pesar de ello, la señora, sentada en un escalón, no sale huyendo. Hay un gato que bebe indiferente al interés que atrae.
Salgo por la puerta de la Justicia hacia el bosque, camino del Carmen de los Mártires. No veo la llave y la mano. Han puesto un andamio. Las eternas obras.
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