viernes, 8 de noviembre de 2013

Viernes

A veces viene bien traicionarse un poco. Dejarse pisar creyendo buscar un ideal, un algo mejor, aunque siempre sin perder una pizca de desconfianza que, al igual que a los héroes de la antigüedad, nos hace seguir sintiéndonos mortales.

En principio uno se cree feliz. Pero la felicidad es algo efímero, como el agua entre las manos. Y los detalles menos buenos o desagradables comienzan a surgir, primero como pintas verdes en el renacido suelo tras las primeras lluvias del otoño. Y, luego, como la mala hierba que crece y que puedes arrancar si quieres, pero que deja su semilla por mucho tiempo.

Surgen los porqués, como ese jardinero que no sabe por donde empezar. Hasta que, al final, comprende cuál es la única solución y la aplica. Arrasa y escuece. Pero cura.

Y entonces uno recuerda el antes. Y el antes del antes. De toda esta crisis que ya va para el año y que ya hay que dejar atrás sea como sea. Porque lo malo ya pasó y ya vendrá de nuevo cuando le toque.

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