Volviendo de mi prescindible visita al súper, he ido más que nada por echar tiempo fuera y por aquello de hacer algo especial un viernes, he notado que las tardes se hacen cada vez más largas. Hablar del tiempo y de que cada día oscurece antes o después es un excelente rellenador de entradas, incluso de actas de departamento, arte que los docentes de hoy en día debemos dominar. Lo de dar clase ya es lo de menos. Las nubes estaban coloreadas entre color coral y gris, haciendo un contraste muy chulo.
Desde que fui diagnosticado, he de reconocer que escribo menos. También tengo problemas de otro tipo, pero como no se usa, pues no me preocupa. También he de reconocer que esto de escribir es una cosa muy seria, que ya no vale poner cualquier cosa. Y eso unido al reciente interés por los mercados de valores, que ya les iré contando, hacen que apenas tenga tiempo. Pero este blog es quizá mi reflejo en cada momento, pues ya son algunos años aquí. Creo que cuatro el uno de febrero, gran emeféride. Al final se convierte uno en su propio personaje, en su propio guionista. Y eso que dicen que es el destino el que nos guía.
Hay que reconocer que los viernes que me quedo son más relajados. Es como un tiempo en el que se sale de lo cotidiano, un paréntesis en el que los agobios del día a día desaparecen y tan solo estoy yo, para lo bueno y lo malo, y mi conexión a Internet. Amén de mis cada día más incómodos sofás y los aperos de limpieza, si es que toca intendencia doméstica en ese fin de semana.
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