Hoy he visto, por primera vez, la iluminación navideña. Una amiga ha venido a la ciudad y me ha sacado del retiro en el que, más o menos voluntariamente, me he recluido.
Aún recuerdo cuando las luces eran bombillas. Digo eso de que aún recuerdo y en realidad no hace tanto. Es lo mismo que el frío y el calor, nunca nos acordamos de la temperatura del año anterior, cada estación nos borra ese recuerdo.
Ahora, con los leds, la Navidad es más eficiente, pero quizá algo más fría. Y más chillona. Los árboles azules que colocaron en el centro chirrían en las córneas sensibles como la mía, más aún cuando no se está acostumbrado. Las luces en Puerta Real, haciendo como una plaza redonda en el cielo, dan sensación acogedora. No se a quién se le ocurriría, pero está bastante bien pensado.
La gente copa la plaza. En los puestecillos de artesanía, desplazados por la codicia hostelera, la gente mira e incluso algunos se animan y compran. Cuando pasé, hará unos días, incluso yo mismo. Una lámpara de arena, de color rojo. Y que gustó a la regalada.
Me siento agobiado entre ese río de gente. Gente que hace cola para ver los belenes. Gente que compra castañas, inducidos por el calendario. Gente con bolsas, que pasea en grupos, en parejas. No se ve a nadie solo. Es como una tregua especial, que nos acoge antes del mes de enero, en el que las apariencias estarán de rebajas y la gente, posiblemente, metida en casa guareciéndose del temido frío en sus cuerpos y en sus carteras.
viernes, 3 de enero de 2014
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