Eran cuatro. La típica familia de padre y madre con hija e hijo. La sección femenina estaba en uno de esos asientos que se oponen a otros, en los que si no hay nadie puedes poner los pies y si hay alguien siempre juegas a no cruzar la mirada con quien tienes enfrente, por si acaso te hablara. Los hombres, sentados en paralelo a la vía. El niño pequeño, sobre 5 años, jugaba con los billetes mientras el padre hacía que lo supervisaba. Madre e hija jugueteaban con sendos aifons. De repente, la cara del niño se tornó en una expresión preocupada pero burlona. Los billetes se habían caído a la basura.
El padre empezó a regañar a su hijo, rebuscó un poco y dio por imposible la tarea. Se preguntaba cómo sacarían los billetes para poder sacarse a ellos mismos del cercanías. La madre dejó su teléfono por unos instantes a supervisar la situación. Ojeó desde las alturas la basura y decidió iluminarla con su móvil. Y allí estaban, tal y como cayeron del compartimento superior en el que el hijo jugaba con ellos.
Y, justo cuando llegaron a Sol, se bajaron del tren.
martes, 7 de agosto de 2012
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