Pequeñas gotas caían dubitativas de camino a la escuela, donde me esperaba mi futuro profesor.
Y yo con mi guitarra de cinco cuerdas, porque una estaba rota, al hombro. Una vez acordado el horario, rompió, pero bien roto, a llover como si no costara.
Sorprendido por esta tormenta, y preguntándome donde webs está mi paraguas, decidí esperar a que escampara, pero no lo hacía. Cuando la lluvia se tomaba un breve receso, decidí ser valiente y lanzarme al ruedo de mármol, que en realidad eran unas escaleras hacia abajo en plan cataratas del Niágara, donde, por otro lado, no se podía uno niagarrar...
Saqué mi fiel chubasquero londinense de la funda de la guitarra, metí el palo de la misma en la capucha y comencé a andar algo temeroso para salir de los soportales del patio. Pero vi que estaba rodeado. Agua por todas partes. Me acerqué al quiosco de música para cobijarme y vi que un río de agua bajaba camino del super de los conchillos. El nivel de agua crecía amenazadoramente y empecé a calibrar varias opciones. Usar mi guitarra de cinco cuerdas, porque una estaba rota, como improvisado crucero, ponerme a tocar en el quiosco y sacarme unas pelillas... muy posiblemente esta segunda opción habría implicado más lluvia. Me armé de valor y sin ayuda de mi querido patito de goma me lancé al río.
El chof de mis zapatillas fue instantáneo. El agua me caló completamente. Crucé y salí corriendo calle arriba. Todas las canales tiraban a matar. Me sentí como un Bruce Willis cualquiera por las calles. Hasta que sano y salvo llegué a casa, con el corazón encogido y la piel mojada. Mi guitarra de cinco cuerdas, porque una estaba rota, descansa sobre mi cama, exhausta. Veinte años de ignorancia y una tarde de lluvia han debido ser mucho para ella.
Descanse en paz.
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