Y hace una semana que volvimos a empezar y parece que ha pasado un siglo. Pienso que todo ha cambiado mucho en apenas dos meses, pero en realidad todo sigue igual. Nuevos compañeros, pero viejos oficios. Intentar llevar el ascua a nuestra sardina. Cada uno en el sitio que le corresponde, pero a veces la línea se vuelve fina, tan fina que se traspasa y la tragedia acecha.
A fin de cuentas no somos más que personas, con nuestros miedos, inseguridades y valentías. Con nuestro orgullo, vanidad. Con nuestros sentimientos. Me gustaría ser una máquina, apretar tornillos, pero no puede ser. Este trabajo no puede ser de autómatas, aunque en realidad lo es. No somos más que una cadena de montaje, fabricamos mentes rellenas de conocimiento, más o menos preparadas para el día de mañana. Se van y no regresan, como tiene que ser.
Nos quedan nuestros recuerdos, lo único realmente nuestro y que nada nos puede arrebatar. ¿Nada? Ni siquiera tenemos la certeza de que nada nos impida no recordar. A fin de cuentas, si quitamos todo, si exploramos nuestros sentimientos... ¿qué nos queda? ¿qué somos a fin de cuentas? ¿miembros de una familia? ¿componentes de una sociedad? ¿contribuyentes a fin de cuentas? Nacemos, vivimos y morimos. ¿Y al final que nos queda? ¿De verdad todos somos tan vacíos? ¿O es que realmente no hay nada de nada?
Y todo esto porque hace una semana empezamos de nuevo
miércoles, 22 de septiembre de 2010
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