El amanecer fue puntual. Llegó cuando el avión enfilaba la pista, con un sol naranja que quemaba la vista. El Mediterráneo aún estaba tapado por una fina capa de nubes, a modo de colcha de encaje.
Las nubes, más al fondo, perfilaban el horizonte, recreando el imposible de la línea recta, la diferencia entre el azul inalcanzable y el gris todavía poco plomizo de la lluvia terrenal.
Media luna contemplaba el espectáculo.
miércoles, 1 de mayo de 2013
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