Esta tarde sonó la puerta. Lo oí perfectamente pero, por esas prevenciones que tiene uno, no abrí. Pensé que quizá era alguien que me quería abusar de mi o, lo que sería aún peor, que querría venderme algo. Al insistir abrí. Y era la llave.
Hace un tiempo me prometieron la llave. La llave que da acceso a la comodidad. Una comodidad que viene bien, que yo mismo disfruté, pero que un día me arrebataron. Tampoco me importó. Uno se adapta a todo. Así que la agradecí y la dejé encima del mueble de la tele, sin saber dónde ubicarla. Porque, evidentemente, habrá que buscar el lugar donde ubicarla. Siempre desde la lógica y a razón, por supuesto.
Pensé que no solo es una llave. Quizá sea el hecho de la aceptación, por parte de la comunidad, de mi pertenencia a la misma. A mi, que llevo el ser un paria en el debe y en el haber. Al que no hace ruido y hasta le gusta decir que va de paso. Obsequiado con el símbolo de pertenencia a la élite.
No se si me gusta ser aceptado. Se ha acostumbrado uno a que le den tantos palos, o quizá es excesiva reticencia, pero el sentirme parte de una comunidad, el ser querido, quizá me viene a veces muy grande. Porque no sabe uno el porqué para otros es especial. Que sustancia o esencia marca la afinidad entre las personas sigue siendo un misterio para mi. Aún hoy día.
Mientras lo averiguo disfrutaré de la llave. Y de lo que da acceso a ella.
jueves, 16 de mayo de 2013
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